Empezar la segunda vuelta como se terminó la primera, ganando. Es más, el Liceo prácticamente no sabe hacer otra cosa. La de ayer, contra el Igualada, fue la decimoquinta de la temporada. Y van 16 partidos. Sobre el Palacio de los Deportes de Riazor se volvió a ver la versión Robocop de los verdiblancos. Porque parecen una máquina. En su caso no diseñada para matar. No le hace falta marcar diez goles por partido para dar la impresión de que no hay quien pueda romper su coraza de acero. Es ese ejercicio de intensidad máxima, de presión continua, de multiplicar esfuerzos, ayudas, arriba y atrás, que ahoga a los rivales y les dejan sin ideas lo que les da ese áurea de indestructibles. Los goles ya llegarán. Sin prisas. Ayer cinco, con Maxi Oruste, Jordi Adroher, Roberto di Benedetto y David Torres, con dos, como protagonistas por tan solo uno en contra, y para eso tuvo que llegar a bola parada con un penalti de Roger Bars.

El Igualada estuvo KO casi desde el pitido inicial. El Liceo salió como un vendaval, robando todas las bolas, chutando desde donde hiciera falta, asustando al rival. El técnico visitante, Cesc Linares, decidió pedir tiempo muerto cuando apenas se pasaba de los dos minutos disputados. No bajaron el ritmo los coruñeses, pero por lo menos el Igualada reaccionaba con alguna contra que hacía calentar a Carles Grau. Pero el partido solo tenía un color y más desde que el minuto siete Maxi Oruste puso el 1-0. Disparó David Torres y rebañó en el segundo palo el argentino, una jugada casi idéntica a la que le sirvió para marcar también contra el Lleida el martes. Abrazó todo el banquillo al siete liceísta. Un delantero vive del gol y estos se le estaban negando al de San Juan. La portería defendida por Elagi Deitg sufrió un asedio. Y pasaba por allí Jordi Adroher. Nunca hay que estar tranquilos cuando se hace con la bola. Nunca se sabe qué se va a inventar y de repente dribla a dos contrarios, eleva la bola y la pica cruzada para hacer el segundo. Así de fácil.

El 2-0 con el que se fue al descanso era más seguro por las sensaciones que por la amplitud del marcador. Una bola al palo de Bars mandó un aviso al Liceo. Había que marcar más. Dicho y hecho con un disparo cruzado de Roberto di Benedetto y con otro de David Torres, diez minutos después, aunque con ayuda de una defensa visitante, en el que golpeó la bola para colarse en su propia portería. Antes el conjunto verdiblanco había desaprovechado una azul a Sergi Pla, que le dio una falta directa, que se le escapó a Jordi Adroher, y dos minutos de superioridad. La bola parada sí le dio opción al Igualada para recortar con un penalti bien ejecutado por Bars, que no obstante ya no pudo con Carles Grau —que cumplió con las estadísticas, solo encaja un gol por partido— en una directa que tuvo a continuación. Para cerrar el marcador, otro tanto del capitán local, que recogió un rechace de Ciocale, que debutó en liga tras su regreso, e hizo el quinto.

Tres puntos más. Un partido menos en las cuentas. No quiere el conjunto dirigido por Juan Copa ni pensar en el Barcelona, pero es imposible que no empiecen las cosquillas en el estómago porque será el siguiente equipo en pasar por la pista coruñesa el viernes 5 de febrero. Ante toca viajar a Taradell la próxima semana.