Enmanuel Reyes se quedó ayer a las puertas de las medallas de los pesos pesados en los Juegos Olímpicos de Tokio tras perder con polémica el combate de cuartos de final contra el cubano Julio la Cruz. A los puntos, cuatro de los jueces se decantaron por el rival y solo uno por el coruñés. La que era la pelea del morbo entre dos púgiles nacidos en el mismo suelo y tomada como una cuestión de estado al otro lado del Atlántico entre los adeptos del régimen y los exiliados, estuvo marcada por la política y el peso (pesado) de Cuba y el de su oponente, cuatro veces campeón del mundo y oro olímpico en Río. En el rincón español no se lo creían. Reyes había mandado a la lona en dos ocasiones al caribeño. Este, en cambio, mandaba enfurecido un mensaje a la grada: “¡Patria o muerte! ¡Venceremos!”. El lema castrista por excelencia.

Patria, honor y polémica | VÍCTOR ECHAVE

“El combate lo gané, lo sé yo y lo sabe él, estoy entero, no tengo ni un rasguño”, se quejaba Enmanuel Reyes. Ni él ni los técnicos de la selección española, tampoco los que desde A Coruña seguían la pelea, entendían la decisión de los jueces. Si hubo un boxeador que quiso boxear, coincidían, ese fue El Profeta, más agresivo ante un La Cruz a la defensiva, contemplativo. Y si hubo uno que conectó más veces con la cara del rival, también fue el coruñés, que incluso llevó a La Sombra dos veces a la lona. La polémica estuvo en la decisión del tercer asalto. Porque el primero y el segundo habían sido uno para cada uno, con más o menos claridad.

El combate empezó con un Enmanuel Reyes más cauteloso de lo habitual. Enfrente tenía a la persona que le había cerrado todas las puertas en Cuba, al que en suelo de su país nunca había conseguido ganar cuando ambos todavía estaban en los semipesados —75-81 kilos por los 81-91 de los pesados—. Tampoco proponía mucho más La Cruz, pero con más experiencia esperó el momento en el que el coruñés bajó la guardia para enviar un par de certeros golpes. Cuatro jueces votaron por el cubano y solo uno por el cubano nacionalizado español.

El paso por la esquina despertó a Reyes. Tenía que tomar la iniciativa, ser más agresivo. Y en el segundo asalto volaron puños y puso contra las cuerdas, literalmente, a su excompatriota. Lo mandó dos veces al suelo. Pero no pudo rematar. Y pese a su absoluta superioridad, todavía hubo un juez de los cinco que le volvía otorgar la victoria a La Cruz, que no había hecho ni un solo mérito. No cambió el resultado porque los otros cuatro votaron por Reyes. Pero marcaba un precedente. El tercero iba a ser definitivo. Y estuvo muy igualado. Reyes encajó un golpe duro, pero también conectó con su rival. Llevó la iniciativa, buscó a La Cruz, y este se defendió. Cuando sonó la campana, los dos levantaron los brazos creyéndose ganadores. Pero cuatro de los cinco jueces tenían el suyo: el cubano.

Ahora a Enmanuel Reyes le tocará tomar decisiones de futuro. Ayer, todavía en caliente después de la pelea, ya hablaba de París porque solo faltan tres años —aunque en 2024 tendrá ya con 31— y porque al fin al cabo, los Juegos Olímpicos han sido el sueño que siempre ha guiado sus pasos. No se puede quedar con esta espina, despedirse con este mal sabor de boca. Pero también es cierto que sus combates en Tokio no han pasado desapercibidos y que su teléfono ya ha recibido las primeras ofertas profesionales desde Estados Unidos. Quizá ese otro sueño pueda esperar. El tren olímpico pasa en contadas ocasiones.