Desde los 4 años, edad a los que se calzó los patines por primera vez en el patio del colegio Liceo la Paz, hasta los 31 que tiene ahora, Álvaro Rodríguez no se había apartado prácticamente ni un fin de semana, salvo enfermedad, lesión o sanción, del hockey sobre patines. Pasó por todas las categorías inferiores del Liceo (hasta los 19), estuvo una temporada en el Cerceda y después se marchó al Compañía de María, donde después de diez años ha puesto un punto y aparte en su carrera. El club colegial no podía dejarle marchar sin darle una despedida en condiciones y aprovechó el estreno en la OK Plata contra el Sant Feliu del sábado para homenajear a su ya excapitán, al que regaló una camiseta y un stick. “Es bonito que te den las gracias de esta manera, ya no solo por parte del club, sino también de mis compañeros y de la grada, donde había mucha gente aplaudiendo. Han sido diez años juntos”, comenta.

Era su primer partido del otro lado, como espectador. “Pensé que lo iba a llevar peor, pero estoy tranquilo, conforme con mi decisión”, indica. En parte, por la satisfacción del trabajo bien hecho. Desde que llegó al Compañía de María la obsesión del club siempre fue ascender al equipo a categoría nacional. “Estuvimos muchos años intentándolo y por fin lo conseguimos. Es un orgullo que ahora el equipo esté ahí y que quede donde quería. El último año no fue el mejor, no pudimos celebrar muchas victorias, pero jugar los dos últimos años en la OK Plata fue increíble”, añade.

Su nueva normalidad empieza “con mucho tiempo libre”, bromea. Entre sus compromisos como jugador y sus funciones de entrenador se pasaba los fines de semana metido en las pistas. “Es distinto, todavía no sé si mejor o peor, pero distinto y bien”, dice sobre ello. Pero avisa de que no es un punto y final: “A jugar no lo sé. Pero al hockey estoy seguro de que volveré”.