Patinaje artístico

Cuatro ruedas, cuatro sentidos

Emily es la nueva estrella del Maxia: genio y figura, tiene ocho años, es ciega y en su primer año ha aprendido a deslizarse por la pista y un montón de posturas

Emily, con Pablo Vasallo, uno de sus entrenadores, hace la figura conocida como cañón en el pabellón de Santa Cruz. |  // VÍCTOR ECHAVE

Emily, con Pablo Vasallo, uno de sus entrenadores, hace la figura conocida como cañón en el pabellón de Santa Cruz. | // VÍCTOR ECHAVE / María Varela

El entrenamiento del lunes del Maxia en el polideportivo Arsenio Iglesias de Santa Cruz empieza, después de un pequeño calentamiento, con el juego de la estatua. Las niñas, en esta clase todas lo son —aunque cada vez más niños rompen prejuicios y estereotipos—, bailan mientras se deslizan sobre los patines al ritmo de SloMo de Chanel. Cuando las entrenadoras la paran, tienen que quedarse completamente quietas, casi sin respirar, porque la que mueva tan siquiera una pestaña ha perdido. El fotógrafo Víctor Echave aprovecha para acercarse sigilosamente a Emily, de 8 años, a la que la sesión con el periódico la tenía un poco nerviosa e intenta pillarla desprevenida. “¿Me podéis decir quién se está moviendo?”, grita enseguida. Porque no ve con los ojos. Pero sí con los otros cuatro sentidos. Por eso su ceguera de nacimiento nunca ha sido un obstáculo para que baile, cante, toque el piano, hiciera escalada hasta el año pasado y para que desde el inicio de este curso se subiera a las cuatro ruedas y encontrase una de sus mayores pasiones en el patinaje artístico. Vamos, para que sea una niña feliz, con su carácter, que se cae, aprende, se levanta y disfruta. Como las demás. Ni más ni menos.

Emily hace una demostración de sus avances. |   // VÍCTOR ECHAVE

Emily hace una demostración de sus avances. | // VÍCTOR ECHAVE / María Varela

“De pobrecita nada, que pobre es el que no tiene para comer”, dice siempre su madre Carolina García y repite Emily cada vez que tiene la ocasión. Ella fue la primera, antes incluso que los médicos, en apreciar que algo pasaba con su hija. Era primeriza —después tuvo otras tres niñas—, pero ya había desarrollado ese sentido arácnido que tienen las madres. “No era solo que no abriera los ojos, que decían que podía ser normal, sino que hacía gestos como si no los pudiese abrir”, recuerda. Tuvo una mañana dura de hospital entre una visita médica y otra, asimiló el impacto antes incluso del diagnóstico de la oftalmóloga de urgencia —microftalmia bilateral— y cogió el toro por los cuernos. “Es lo que hay”, se dijo. Y a partir de ese axioma intentó construirle una vida lejos de miedos, compadecimientos y barreras. “Alguna gente piensa que estoy loca por traerla a patinaje. ¿Se puede caer? Claro. Pero también las otras se caen. Es que, mírala”, dice señalando hacia la pista, donde Emily disfruta dando vueltas, ese día de la mano de Pablo Vasallo, el entrenador con el que tiene un flechazo, pero también sin ayuda. “Conocía a Rosa y a Mónica —las entrenadoras del Maxia— desde hace mucho. El año pasado me reencontré con ellas y me animaron a que la trajera. También me dijeron que aceptaban el reto porque sabían que no me iba a enfadar si la niña se estrellaba contra un muro”, recuerda entre risas.

El proceso de aprendizaje ha sido mutuo. Emily consiguió patinar y en el Maxia recibieron de ella una lección tras otra. Porque cuando cruzó la puerta por primera vez, no sabían muy bien cómo afrontar el reto. Primero era que fuese capaz de encontrar el punto de equilibrio sobre los patines. Después que empezara a deslizar. Utilizan la voz para dirigirla, pero también el sonido de su bastón, con el que los entrenadores que van a su lado golpean el suelo indicándole el siguiente paso a seguir y van diciéndole los nombres de diferentes figuras para que ella les dé forma: la garza, el cañón, arabesco, ángel, rodillazo... Con el paso de los meses, el siguiente paso fue ir a exhibiciones por toda Galicia. En una de las últimas, en Oleiros, la tienda coruñesa Rolling le regaló unos patines. “Estábamos con unos prestados, porque al principio no quería comprarle nada por si al final no le gustaba. Ahora estos nuevos son mejores y está todavía adaptándose a ellos”, explica su madre. Pero no hay nada que se le resista a Emily. Y allí queda, convertida en una estrella.

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