Riazor y su gente afrontan una semana llave para seguir a flote con la relativa inmunidad que da haber asumido la realidad. El descenso no es un miedo lejano, se puede tocar. No sería la primera vez que el equipo coruñés se va a Segunda o más abajo. Si no se puede evitar la caída, hay que marcharse con dignidad, no deshilachado, y aprendiendo la lección para buscar una identidad y un proyecto que coloque al Dépor donde debe estar. Tras despejar a bote pronto los miedos y haber necesitado ir a la lona para levantarse, hay que volver al presente de una carrera de fondo que tendrá momentos durísimos. Serenidad para pelear ante una situación que no es ni mucho menos definitiva. Para volver a creer han bastado un aire renovado en Abegondo, un grupo que expresa convicción y dos derrotas y un empate con incipientes maneras defensivas y un fútbol que, por momentos, ha habido que buscarlo con lupa. ¡Qué poquito! El deportivismo, áspero en los últimos meses, está deseando echarse algo a la boca, subirse a la ola del milagro y la resurrección. Su predisposición entra más en el terreno de la fe que en el de la conclusión analítica. Ve motivos para la esperanza donde a veces se intuyen hechos con dificultad. Está en la semana perfecta para dejarse caer a ciegas hacia atrás a la espera de que el equipo lo sujete.

Riazor se sintió importante, respaldado y representado de nuevo sobre el césped en la última media hora ante el Espanyol. No se puede negar que Seedorf le ha dado una transfusión de ánimo al grupo. En vena. Y, de paso, ha logrado dar un vuelco a la dinámica de trabajo en Abegondo. Las rutinas han cambiado, ahora debe traducirse en puntos, muchos puntos. Eso sí, debería poner el oído y escuchar lo que transmitió su grupo en ese tramo final del partido del viernes. El Dépor tiene que empezar a dialogar con la pelota, no puede vivir de espaldas a ella. Sí, el primer paso es echar el candado atrás, minimizar riesgos, dar la sensación de incomodidad ante el rival, pero no seguirá en Primera si no es capaz de dar otro más, el de hacer de nuevo las paces con el balón. Más registros. Guilherme o Schär cobran sentido como futbolistas y lucen más en torno a él, el equipo se recoloca, crece. En ese puzle debe tener un sitio Emre Çolak.

Fuera de esa natural ecuación de la última media hora, se situaron Lucas y Mosquera. Rindieron y fueron influyentes durante más tramos del partido. La capacidad del medio para lanzar el ataque y avanzar con y sin balón dio mucho aire al equipo en el primer acto. A Pedro, si es capaz de sacar un mínimo del fútbol que lleva dentro, siempre se le espera. El Dépor necesita, entre otras muchas cosas, jugadores inteligentes que le hagan crecer tácticamente y el '5', enchufado, intenso y fino, responde a ese perfil. También precisa el Dépor de desequilibrio en ataque, ahora que su circuito ofensivo es más discontinuo. Lucas, aún sin llegar a su verdadero nivel, fue el único que le inyectó energía en todo momento. Bajó balones con nieve, buscó verticalidad con espacios. No siempre le salió lo que su cabeza planeaba, pero las pocas pepitas de oro que aparecieron en la primera parte las encontró él. Sigue peleado con el gol, con la situación. Va en todos y cada uno de los partidos contra ese muro y lo acabará derribando. Abandonó el campo con los ojos húmedos, ese penalti no se va de su cabeza. Decía el histórico y añorado Manolo Loureda que en aquel Dépor de los 60 "había ocho o nueve de A Coruña" y lo sentían "todo cuatro o cinco veces más". Vivirlo empuja, también bloquea. Querer a gente de la tierra en el equipo, crear una identidad en torno a ellos es tener paciencia, apoyarlos en los malos momentos. A pesar de que sigue sin ser el que era, gran parte de Riazor es consciente de la situación, está con el '7'.

Once andones

Seedorf pisó A Coruña más pendiente del diván que de la pizarra. Continúan viniendo mal dadas, no para de reforzar al grupo, él también debe tener fe; trabajar y tener fe. Andone fue medio equipo ante el Levante, desde entonces no termina de entonarse. Controles largos, interruptor de la corriente ofensiva en las contras, fallos clamorosos como ese cabezazo al palo ante el Espanyol... No templa. El rumano va por rachas, pero la proclama aquella de su técnico de que quería "once andones" le ha reafirmado en su volcánico fútbol, en disputar al límite, siempre con el acelerador pisado. Florin nunca va a ir con la primera marcha puesta y quizás ahora lo que necesita es pararse, pensar, leer las jugadas, darse un segundo y un respiro en los remates.