El fútbol es un deporte en el que gana quien marca más goles. Eso es indiscutible. Y más aún cuando le metes cuatro al mejor equipo que ha pasado por tu campo en lo que va de temporada. Pero no siempre los guarismos son proporcionales a lo que sucede en el terreno de juego. El gran enemigo para los dos equipos durante la primera parte fue lo que menos le gusta a los futbolistas: el viento. El Oviedo contrarrestó de inicio el rombo clásico de Natxo González con un 1-5-3-2 en posición defensiva en medio campo y las líneas muy juntas para desconectar la zona de creación del equipo deportivista y tras transición conseguía combinar con muy buen criterio y gusto, pero sin contundencia en ataque a pesar de que Bárcenas percutía todo lo que podía en su banda generando muchas dudas. El Deportivo se sostuvo por su seguridad defensiva, manifestándose en ataque solamente por el sector derecho con la sociedad formada por Edu Expósito y Carles Gil además de un Quique González trabajando siempre para llegar en apoyo o generar espacios. Fruto de un córner generado por ellos, un cabezazo perfecto de Duarte consecuencia de movimientos de aclarados y bloqueos de sus compañeros puso al equipo coruñés por delante. Fue la primera clave del partido. Después del descanso siguió el buen trato de balón del Oviedo y el Dépor cambió estratégicamente para esperar replegado en su campo, renunciar al balón y poder jugar a los espacios. En una de esas transiciones rápidas Quique González da un curso de lo que es un delantero moderno: pelea un balón largo con su par, gana la disputa y con un extraordinario cambio de ritmo genera una posición de ventaja para definir con un gran tiro cruzado. Segunda clave y fin de la historia. Después, dos goles más; felicidad absoluta en la afición coruñesa, pañolada en la ovetense. Verdades a medias.