Los niños despojan sus frases de artificios y muchas veces aciertan como nadie con sus preguntas. Al centro de la diana. Hace una semana una alumna de once años, casi susurrando, le espetaba en Abegondo a Dani Giménez y a Tere Abelleira si no tenían miedo al jugar. "No, nunca", saltó rotundo el meta como quien vuela de un palo a otro. "Si lo haces, vas a fallar seguro, segurísimo. ¿O acaso tú vas a los exámenes con miedo a suspender?". Tras una primera carcajada generalizada, les animó a hincar los codos, a aprender, y desgranó en dos frases y con un discurso adaptado los mecanismos que le mueven al plantarse en un terreno de juego. Al guardián de los palos de Riazor se le ha visto en este inicio de curso con dotes de mando, reflejos y un notable juego de pies, pero sobre todo seguro. No duda, no teme, va de cara ante los problemas y rivales; solo le vencen los golazos. Ni siquiera la salida tardía y ya casi prehistórica de Tenerife le hizo vacilar. Una semana más tarde mostró la misma cara, las mismas prestaciones. Él ni se inmuta, el resto tampoco. Ayudado por una pareja de centrales imperial, es la confianza que tiene, también la que transmite. Todo está conectado. Su conquista se antoja simple y hasta en muchos casos un logro de mínimos, pero no lo es, ni mucho menos. La portería era una posición maldita que había vivido en los dos últimos años una situación casi esquizofrénica, de la que parecía imposible librarse. El pánico iba del campo a la grada y de la grada al campo. Una penitencia, un círculo vicioso de defensas de mantequilla, errores groseros y manos blandas. En cuatro meses todo ha cambiado, tanto que aún hay quien se frota los ojos. El sufrimiento va, al menos durante un tiempo, parejo a la incredulidad. Ahora ya todo el mundo empieza a entregarse a un Dani Giménez que se llevó el sábado una de las ovaciones de la noche con su doble parada sobre la hora a Osasuna. Riazor sabe mucho. En sus 74 años ha disfrutado de porterazos, pero también ha tenido que apartar la vista últimamente cada vez que le tiraban a puerta. Valora y disfruta con Quique, Carlos y Fede Cartabia, pero hoy el ojito derecho es su número 1. Un portero, un líder, un capitán, al que, por ahora, aún no le han echado ningún jarro de agua fría mientras dormía. No ha descubierto el miedo, Riazor tampoco con él.

A quien tampoco le tiemblan las piernas es a Fede Cartabia, ese talento que el deportivismo lleva años esperando. En la primera temporada asomó su fútbol a cuentagotas para acabar siendo vital, luego fue el anhelo por liberarlo de la cárcel valenciana y más adelante las lesiones no pararon de ponerle palos en la rueda. Lleva una semana decisiva, desequilibrante. Lo que le gusta, lo que se puede permitir, lo que esperan de él. No se cansa de repetir que se quedó para jugar y hacer la diferencia. Entre charcos quiso la pelota, mandó. No era un día para el fútbol académico ni para tener miedo. Dos asistencias, un lanzamiento al palo y, sobre todo, la sensación de que, cuando está en condiciones y metido, es un futbolista diferencial en una categoría en la que se mueve con holgura. Dominó el partido, generó pavor en una tarde en la que los errores penalizaban más que nunca. Natxo le puso deberes en la sala prensa. Dijo lo que todo el mundo sabe: que es un futbolista desordenado. Para lo bueno y para lo malo. Él reina en el caos, necesita liberarse de sus ataduras para sentir su fútbol. Es su virtud, su peaje. Desde hace tiempo está llamado a lucirse en las mejores escenas y nadie mejor que el vitoriano para pulirlo, para encontrar una versión más redonda y regular del 11. Si Natxo ha conseguido este cambio en el Dépor en tan poco tiempo, hay que dejarle trabajar con el argentino. En cuanto se ha recuperado y se ha entonado, le ha hecho titular. Hay que reconocerle a Fede Cartabia sus condiciones, pero también hay que exigirle, como hace su jefe. Es el momento de disfrutar plenamente de él, de dejar de esperarlo.

Una pelea diferente

Casi todos los equipos de Segunda luchan durante la Liga contra sus inseguridades, sus imperfecciones. Forma parte del crecimiento. El Dépor no es ajeno a esta batalla, pero en los últimos tiempos tiene que lidiar también con la euforia, con la presión del favorito, del conjunto que todos dan por ascendido en noviembre cuando ni siquiera había pisado por accidente la zona de ascenso en el primer tercio de Liga. El último elogio sincero, pero que puede empujar a la debilidad llegó de Jagoba Arrasate, técnico de Osasuna. "Es el equipo que más me gusta. Hay que preguntarse cuándo va a ascender, no si va a subir", deslizó. Natxo tuvo que despejar ese balón y el de las preguntas triunfalistas en la sala de prensa. Menos mal que este fin de semana el Dépor se aleja de Riazor y juega a domicilio, justo donde se muestra más terrenal, donde se da cuenta de que aún le queda mucho para ir a Cuatro Caminos.