Barreras físicas, mentales o futbolísticas. El Dépor lleva encasquillado toda la temporada. No va mal, nada mal, muchos lo hubieran firmado en agosto. Pero una vez se lanza la carrera, el cuerpo pide y pide, llega la exigencia y la ansiedad del que late con su equipo. Primero fue el cabreo a domicilio, ahora la frustración en Riazor. Un día parece despegar, otro se queda en la pista de aterrizaje y al siguiente, cuando todo apunta a que se va a llevar un buen bofetón, levanta la mano y grita 'aquí estoy yo'. Pierde poco, no gana lo suficiente. Inescrutable. Un equipo que, sin llegar a enfadar, obliga a ejercitar la paciencia de un Riazor sen acougo y hasta un poco desorientado ante lo que ve. Es innegable que el concepto de normalidad, lo lógico y deseable, para todo deportivista se mueve entre dos abismos. La prudencia que generaron esos 18 años en Segunda División antes de los goles de Stoja y ese punto malcriado adolescente, de lo-quiero-ya, que provocaron los dos últimos ascensos a la primera. Fueron tantas las bofetadas en los 70 y 80 que hay que ser comprensivo, dar margen a una categoría siempre traicionera. Y en los últimos años ha sido tan fácil levantarse de la lona que un ascenso es lo normal, que su mérito es relativo: hay que subir sí o sí. Ese deseo de satisfacción inmediata y por decreto, ese aquí y ahora se ha acrecentado por el buen arranque del equipo y el músculo económico del que gozan los recién descendidos. Ni tanto ni tan poco. Mientras cada aficionado le da vueltas a lo que ve y busca su sitio entre el blanco y el negro en la escala de grises de la exigencia, lo cierto es que el Dépor no es capaz de dar pasos al frente cuando el mar se abre ante él, cuando más fácil parece. "Voa, Dépor voa". ¿Cuántas veces lo hemos leído, escuchado o recitado? Pues no hay manera de que este equipo, prudente, a veces tibio y por momentos temeroso, se anime a levantar el vuelo. ¿Qué le pasa?

Entre la falta de colmillo y el parón futbolístico. A estas alturas de la temporada todo Riazor anhelaba un Dépor rotundo, con más instinto. Nadie dice que no compita y que no sea superior y merecedor de las victorias en el 80 por ciento de sus partidos, es algo diferente. Simplemente, todo seguidor imaginaba en pleno muro de la segunda vuelta a un equipo más rotundo; que estuviera con su fútbol por encima de los avatares, los días malos y la falta de puntería; que los debates por los integrantes del pivote o los rezos y los lloros al ver la lista de bajas y tocados formasen parte del pasado. Las expectativas son altas y muchos piden la luna, nadie lo niega. Pero, aún con bajas, dudas, piezas por ajustar y vacilaciones de Natxo, el Dépor tiene más fútbol que Lugo, Numancia, Tenerife y, sobre todo, un limitado Nàstic y debió superarlos a todos o, al menos, a la mayor parte de ellos y más en Riazor. Claro que hay deficiencias balompédicas e incluso físicas por el estado de futbolistas capitales como Fede Cartabia, Vicente o Carlos Fernández, pero el sábado faltó ambición, personalidad y templanza para someter como fuese a su rival, para competir y sortear las curvas del camino. Ahí le puede influir también esa presión del predestinado a ascender, ese aire que aún le dan la clasificación y el calendario. Un dique emocional o de inconsciente relajación que en otras ocasiones no percibe ante sí en escenarios a los que acude como outsider y en apuros como El Molinón o Los Cármenes. El Dépor siempre ha sido extremadamente peligroso cuando lo han subestimado. ¿Qué pasará en Málaga jugando de nuevo sin red?

Joni y Fede

En dos jugadas Joni Montiel mejoró las prestaciones de Fede Cartabia en todo el partido. Un detalle que habla muy bien del fabrilista y que hace detener el foco en el argentino para preguntarse en qué estado físico y, sobre todo, mental se encuentra. Fede ha sido toda su vida atrevimiento, sensaciones, dominio de la escena, sentir el partido en su bota. Hoy, por desgracia, también es inseguridad. Fue su quinto partido como titular en los últimos seis. Como dato aislado no es malo, pero hace poco tuvo de nuevo el parón ante el Tenerife y su trabajo semanal sigue lleno de sobresaltos. La duda, siempre pegajosa, y el miedo a romperse se han instalado en él y así Fede es menos Fede. El Dépor no puede echarlo más de menos, sobre todo, en días de cortocircuito. En un escenario tan opaco brilló el descaro de Joni. A más de uno le pudo sorprender su desparpajo. No es un canterano al uso. Se plantó en el Fabril con una decena de partidos en el fútbol profesional, la mayoría en Primera. No es un cualquiera, no le iba a poder la presión. Desahogó, desequilibró, supo qué hacer en cada momento y qué precisaba el equipo de él. El Fabril le necesita, también el Dépor, ávido de rotaciones, aire fresco e iniciativa en esa zona. De momento, se ha ganado ser uno más.