Sobrepasó ya el Deportivo la cota de la jornada treinta hace un par de semanas en medio de una bruma de indefinición de la que no se puede despegar. Incómoda, inoportuna, peligrosa. El empate de Oviedo y ese fútbol entrecortado que se ha habituado a practicar deja a su afición fría, apesadumbrada, incluso al borde del enfado, solo mínimamente contenido porque para bien o para mal el ascenso sigue ahí, al alcance de la mano. Todo se debió hacer mucho mejor en casi todos los frentes para no llegar a la recta final con esa sensación de provisionalidad, de moneda al aire. Un equipo anémico, apuntalado, sin confianza ni ambición, un entrenador titubeante, jugadores que son sombras de lo que eran y esa extrema dependencia de un futbolista de cristal. Cóctel poco digestivo. Carlos, que vino casi como cuarto delantero, es ahora mismo el gran motivo de esperanza. Él y el pivote canterano que partía en verano como una de las últimas opciones de una medular sin cuajo. Sorprendente. Y aun así, todo es posible. Por distancia, por rivales. Hay vida, así es esta Segunda.

Natxo recuperó el rombo y puso sobre el tapete unas dobles parejas que, de manera inmediata, se centraron en el centro del debate. Carlos y Quique. Álex y Didier Moreno. Una creativa y punzante, otra plana y vacilante. El ataque del Deportivo fue otro en el Carlos Tartiere, la gran noticia. Quique llevaba semanas avisando de que rondaba un pico de forma, que empezaba a parecerse al que fue. Solo necesitaba no sentirse tan solo en ataque y que esa compañía fuese la mejor posible, alguien que le potenciase, que multiplicase sus prestaciones. Y regresó su socio, su anhelado. Carlos es la primavera para el deportivismo, la tele en color. Mientras algunos juegan en mono, él flota en estéreo. Con él todo se ve, se oye, se siente en otra dimensión. Es muy probable que su sola presencia en los últimos meses tuviese ahora al Dépor en otra posición en la tabla. Nadie lo niega. Pero las planificaciones deportivas están, precisamente, para evitar que todo penda de un hilo, de un gesto muscular, de una resonancia magnética. Al Dépor le faltaron variantes en su ausencia, un patrón para no tener agarrarse y extrañar a esta majestuosa individualidad.

Y de la luz del ataque a las tinieblas en la creación, en la salida de balón. Gran parte de los problemas blanquiazules en Oviedo se generaron en esa zona. Con Álex bloqueado y Didier Moreno fuera de sitio, sobraba uno. Ha pasado una y mil veces esta temporada. Natxo insiste, difícil saber qué ve de complementaria en esa dupla, que puede aportar el colombiano de llegador, como futbolista de ida y vuelta, justo para lo que se le fichó. Es cierto que las bajas de Edu y Krohn-Dehli y el justo estado de forma de Vítor Silva dejaban al técnico con las cartas justas. Y aun así, Mosquera fue confinado a la grada. Es controvertida la figura del ex del Elche entre el deportivismo. Por momentos ausente, por debajo de lo se espera de él, se le examina con lupa y es lógico que se le exija en base al rol que tiene asignado. Esa pretensión tampoco puede chocar con su nivel futbolístico y el del resto de competidores por un puesto. Nadie mejor que él para haber jugado de interior el domingo, su fútbol y sus últimas actuaciones merecían ese mínimo voto de confianza. Y de paso, se hubiese abierto así la puerta a colocar a Moreno en su posición, en la que había brillado una semana antes. Oportunidades, buenas respuestas y refuerzos positivos. Una secuencia lógica que se ha visto interrumpida. Y con el regreso de Edu habrá pasado de nuevo el tren por la puerta del coruñés.

Ha cogido carrerilla la afición del Dépor en su afán por movilizarse, por seguir al equipo en sus viajes. En Oviedo fueron 3.000 y pudieron ser más. Era uno de los grandes desplazamientos de la temporada. Un estadio que no se visitaba hace casi dos décadas, la cercanía era manifiesta y hay relativa sintonía con la afición carbayona. Todos daban por seguro que habría invasión, que se dejarían la garganta, que no fallarían cuando el equipo, encima, titubea. Estaría bien no dar todo por hecho, no creer que es su obligación, que forman parte del paisaje habitual. Están ahí, están en tantas partes? Y, al convertir el gesto en cotidiano, parece que no les supone un esfuerzo y es todo lo contrario. Se han llevado muchos palos en los últimos años, hay cierta desconfianza, incluso resquemor. Merecen pronto una alegría, un equipo que se lance a ganar en los momentos decisivos, una relación más fluida, sin cuentas pendientes.