Álex Bergantiños vivió desde la grada el descalabro. Todavía con las huellas en el rostro del encontronazo con Pedraza que le obligó a pasar por el quirófano para reconstruir un labio destrozado, presenció el hundimiento del equipo y de un centro del campo en el que dejó un boquete. No funcionó la apuesta de José Luis Martí, que se entregó a una pareja formada por Edu Expósito y Vicente Gómez que pasó de puntillas por el partido. Ninguno tiene el empaque del coruñés en citas como la de ayer ni mucho menos su ascendencia espiritual en un equipo que precisamente adoleció de eso: de espíritu, de mentalidad y de intensidad.

Tampoco tuvo fútbol, penalizado por el planteamiento de un técnico que en apariencia buscó manejar la pelota con esa pareja de centrocampistas y que sin embargo invitó al Mallorca a volcarse sobre la portería de Dani Giménez.

Los problemas del Deportivo fueron los de siempre en este tramo final de la temporada. Las dudas que lo asaltaron en los inicios de sus partidos recientes volvieron a manifestarse ayer en Son Moix, esta vez multiplicadas por el desconcierto en el centro del campo que provocó la ausencia de Álex. Permanentemente infravalorado, es en días como el de ayer cuando el de la Sagrada Familia suele lucir.

Sin él, el Deportivo no supo protegerse ni estirarse. Fue un quiero y no puedo que personificaron Expósito y Vicente, retratados en el primer gol del Mallorca. Los dos perdieron de vista su marca y tampoco presionaron para evitar la combinación en el balcón del área que terminó en el tanto de Budimir.

El conjunto bermellón, que ya había sido muy atrevido en Riazor aprovechó la debilidad de un Deportivo que pinchó en el momento decisivo del año. Con él lo hizo también su técnico, el encargado de desdibujar a un conjunto que fue una caricatura.