A falta de conseguir una victoria que le permita espantar de una vez por todas las dudas que le persiguen desde el arranque del campeonato, el Deportivo tiene que conformarse con pequeños avances como los que ayer le sirvieron para arañar un empate contra el Cádiz en el Ramón de Carranza. No hizo todo lo necesario para ganar, a pesar de que tiene los suficientes motivos como para quejarse de que le escamotearon un penalti por un agarrón de Cala a Christian Santos que el VAR ni siquiera comprobó, pero ni mucho menos mereció perder ante uno de los conjuntos más sólidos en lo que va de temporada.

Quizá por primera vez en este curso, el conjunto de Juan Antonio Anquela fue reconocible a partir de una idea. Ayer no fue otra que tratar de minimizar riesgos y reducir al máximo las opciones para el rival. No era tarea sencilla tratándose del Cádiz jugando como local, pero lo consiguió en la medida en que logró desactivar las transiciones rápidas y el ritmo veloz que propone el equipo dirigido por Álvaro Cervera.

Para conseguirlo, Anquela prescindió de la que ha sido una de las señas de identidad deportivistas en estas primeras jornadas. La presión adelantada pretendía ser el eje sobre el que debía pivotar el juego deportivista, pero con el paso de los partidos se ha confirmado que el equipo no puede o bien no tiene los recursos suficientes como para ejecutarla tal y como pretende su técnico. La distancia entre líneas que se generaba a partir de esa presión defectuosa está detrás de muchos de los patinazos del equipo esta temporada, al igual que unos marcajes al hombre en todo el campo que ayer también desaparecieron.

En su lugar, el Deportivo se ordenó ayer en el Carranza de manera más compacta, con las líneas juntas para coordinar las ayudas y evitar los espacios que tanto le han penalizado en las jornadas precedentes. A pesar de eso también sufrió porque todavía le cuesta un mundo llegar a los balones divididos y la salida de balón desde la defensa no es todo lo limpia que debería para limitar las pérdidas en campo propio y evitar riesgos innecesarios.

La fórmula, que el propio Anquela reconoció sin tapujos al finalizar el encuentro como una renuncia para recuperar solidez defensiva, le permitió al equipo dejar la portería a cero por primera vez en lo que va de temporada y recuperar una pizca de confianza después del doloroso tropiezo sufrido el miércoles contra el Numancia en Riazor.