No es tenerlos, es cuándo dispones de ellos y cómo aprovecharlos. La irrupción de Fede Valverde en el Madrid sin ninguna cesión intermedia ha hecho dar múltiples cabezazos contra la pared a más de un deportivista ante la posibilidad de que su equipo hubiese desaprovechado tal talento camino de Segunda. El que hizo aparcar la obsesión blanca por fichar a Pogba no funcionó en Riazor. No es nuevo, sigue siendo doloroso. La fórmula del préstamo ofrece perlas por pulir de un mercado inaccesible, pero no deja de ser un material inestable, delicado, difícil de manipular. Como no esté bien rodeado, como no encuentre un técnico en parte padre y formador, como no esté a punto de madurar, no encaja, no fluye. Genera así una sensación de frustración para todos muy poco aconsejable. Para quien lo cede, para el jugador, y también para quien lo recibe que sabe que, aunque le va la vida en ello, no lo está exprimiendo como debe. Una oportunidad que acaba virando en un problema, sobre todo, en conjuntos que siempre van al límite como el Dépor de las últimas temporadas. Para subir, para salvarse, para todo. Prisas por competir, paciencia para terminar de formar. Nunca mezclaron muy bien.

Al Dépor le sigue incomodando esa oportunidad malgastada con Fede Valverde, que también hay que entender en su contexto. Entonces el equipo no ayudaba a nadie, ni a sí mismo. Tampoco tuvo un Zidane o un Fernando Vázquez a su lado. O, simplemente, no era aún su momento. El club coruñés tropezó en esa piedra. Casi todos los conjuntos del fútbol profesional se topan con alguna china de ese estilo cada temporada. Hay jugadores que saltan cualquier barrera o que se ríen de una supuesta timidez por competir en un escalón superior. Mollejo es de esos. Primero derriba y luego pregunta. No es, ni mucho menos, lo habitual. Y con Montero ha sido diferente. Un futbolista con el que, salvando las distancias, el deportivismo podría acabar teniendo un síndrome Valverde. Llegó como una gran oportunidad de mercado luciendo condiciones, carrera en una cantera de prestigio y hasta unos minutos en Champions bajo el ala de un ideólogo defensivo y de grupos compactos como Simeone. Todos se frotaban las manos ante lo que podía haber llegado en un último día de mercado lleno de rebajas y prisas y lo que finalmente pudo cazar la secretaría técnica. Interés de Primera y hasta de la Bundesliga le ponían el lazo al obsequio de día 31. El camino parecía asfaltado para que brillase y ayudase desde el primer segundo, Anquela lo alineó casi bajando de la escalerilla del avión. El desenlace a ese cuento de hadas exprés estuvo lejos de ser el que todos anhelaban.

Unos meses más tarde, con tres entrenadores por el medio, semanas y semanas sin ganar, sufrimiento deportivo y personal, fallos imperdonables y hasta algún silbido, el sevillano empieza a lucir. Hasta tuvo acordada su salida en enero. Hoy es un futbolista diferente, incluso diferencial. A veces parece que le estorba el balón y aún muestra fallos de concentración y de juventud, propios de quien ha jugado con suficiencia en la formación y por los que algún deportivista a veces aún jura en arameo. Pero le ha sentado como a pocos el cambio de sistema, la reacción del equipo y la llegada del nuevo técnico.

Lejos quedan aquel jugador que no paraba de ajustarse las gafas y aquella mano inoportuna ante el Tenerife, y empieza a emerger un futbolista sobrado al corte, pleno de facultades físicas y con gusto por la conducción. Jugar en distancias cortas, arropado y cercano a la portería de Dani Giménez, como en realidad hace el Atlético, le ha ayudado una barbaridad. No todos los centrales están preparados para disputas a campo abierto, para corregir, para ser valientes y tirar la línea arriba, más en un campeón de Liga con urgencias y en estadios de 20.000 espectadores. A veces es tan sencillo como eso. Entenderlo, que el equipo y el club le den un buen contexto, lo mejore y esperar a que fluyan sus innegables cualidades. No hay jugadores malos en equipos buenos, como proclama Vázquez a quien le quiera oír dentro y fuera del vestuario. El problema muchas veces es llegar a tiempo con los cedidos. El Dépor parece haber ajustado relojes con Montero. Crece, ojalá que no pare de hacerlo. ¿Quién sabe dónde estará en dos años y qué rendimiento ofrecerá? Tiene condiciones para ser un central de primer nivel, debe ajustarse sobre el césped y en su cabeza. Es solo un clic que a veces se convierte en un abismo insalvable. Llegarán entonces a Riazor las lamentaciones por sus primeros meses y habrá quien escarbe en las razones de ese préstamo exprimido a medias.