Justo en el 80º aniversario de su primer ascenso, anda el deportivismo digiriendo su acceso a la nueva Segunda B, un escalón menor e ineludible. Entre el alivio y la necesidad de esbozar media sonrisa después de tanta penuria, toca conformarse con haber regateado la desgracia absoluta y levantar la cabeza para mirar al futuro. Con ambición, con esa fuerza que emana de la recién redescubierta grada de Riazor. Nada de autoflagelamiento eterno, de vivir de la nostalgia, que debe ser guía, no consuelo hipnotizador. El conformismo no estaría, desde luego, a la altura de la historia de este club. Rebelde, insistente, rey en fiestas ajenas. Es la hora de impulsarse. No sin una profunda autocrítica, no sin levantar el camino piedra a piedra para no repetir errores del pasado. Sin esa mirada profunda, sin ese revisionismo que busque la esencia, que elimine lo superfluo, lo tóxico, la tontería, todo será en vano.

Es la hora de impulsarse, no de caer en la nostalgia hipnotizadora. Pero sin autocrítica todo será en vano

Ese recuerdo de 1941, aquel de gol de Guimeráns en la prórroga de Vallecas puede animar a ver luz entre tinieblas. Años más tarde, aquella acción fue descrita por su protagonista con una secuencia de hechos un tanto familiar. “Me lancé en plancha de cabeza. Vi la bota de Sierra (defensa del Murcia), ya no podía retroceder. El remate fue gol, pero no me di cuenta. El golpe me había estropeado la boca. Mis compañeros me abrazaron, me estrujaron y ahí pude comprender que había cumplido con la misión de llevar al Deportivo a Primera División”, relataba agradecido con la vida e interiorizando tal momento. Es inevitable que la narración recuerde a una versión pretérita del tanto de Alfredo en el Bernabéu. Entonces, tanto en los 40 como en los 90, el club venía de recibir dos sopapos fuertes doce meses antes. De perder una promoción de ascenso ante el Celta, del penalti de Djukic. La Primera División, los títulos, eran territorios vedados. Todo le costaba aún más porque no conocía el camino. Y supo recomponerse, y tocó el cielo. A veces el fútbol simplemente se trata de levantarse una y mil veces, como ha hecho el Deportivo toda su vida, como deberá hacer de nuevo.

Perdió mucho tiempo este año el Dépor pensando en dónde debía estar y no estaba. Y se quedó sin casi nada

Porque el Dépor que viene es más de Villares y de Álex que de Borges, Uche o Beauvue. De planificaciones adaptadas a la categoría, de jugadores identificados, de cantera, de futbolistas emergentes, de rebuscar en Segunda B, no de fichar por catálogo. Porque no hay dinero, porque el reglamento empuja, porque la grada se lo pide después de años de desvaríos. Entre el convencimiento y las estrecheces, no le quedará más remedio. Como cuando tuvo que quedarse con su mejor jugador de la segunda vuelta, el capitán del Fabril, porque Abanca cerró el grifo. El futbolista que venga o se quede y que haya vivido tiempos mejores debe saber dónde está, en el fango, en la pelea centímetro a centímetro por subir, no en un paseo en canoa, en una estadía pasajera a la espera de colocarse de nuevo en una categoría que, en teoría, merece. Perdió mucho tiempo esta temporada el Deportivo pensando en dónde debía estar y no estaba, imaginando el desenlace sin labrarse el camino. Y, al final, se quedó sin una cosa ni la otra, sin nada.

Los proyectos, sin parcelas definidas, suelen ser el terreno perfecto para bicefalias y luchas internas

El primer paso será la renovación de Rubén de la Barrera, que está al caer. Se lo ha ganado. Por los resultados, pero sobre todo por saber entender lo que tenía entre manos, por afinar piezas infrautilizadas, por potenciar cualidades y esconder limitaciones. No tiene una varita mágica, pero su labor ha demostrado unas hechuras más interesantes. Alguien en quien creer. Sin ese volantazo que empezó ante el Guijuelo, todo habría sido un Armaggedon de unas proporciones incalculables. Será importante no solo el hecho en sí, su continuidad, sino también su centralidad en el proyecto, sus funciones. Él será la piedra angular que defina lo que se cree a su alrededor y también, en cierta medida, hasta dónde llegará la depuración de responsabilidades. Nadie duda de que ningún fichaje llegará sin su ok y es más que probable que la mayoría de los que se sumen al proyecto lo acaben haciendo con su participación. No es un modelo habitual en el fútbol español actual, pero podría funcionar, tampoco es descabellado. La figura de Richard Barral quedaría debilitada, no fuera del club. Su contrato pesa, sin duda, para una decisión a medias. El problema de fondo es que puede quedar la sensación de que nadie paga en su justa medida por el desastre deportivo. Y, además, puede acabar generándose una indefinición en las funciones de cada uno. Los proyectos Frankenstein, sin una correcta distribución de parcelas, suelen acabar siendo el terreno perfecto para las bicefalias, las guerrillas internas y los posteriores fracasos. El Dépor tiene tiempo hasta que empiece la temporada 2021-22, pero hay mucho que negociar y debe medir sus pasos como nunca. Construir, avanzar. Cada año que pase fuera del fútbol profesional aumentará una losa que acabará por convertirse en insoportable.