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Lleva el Dépor unas semanas dándose cuenta de que no hay peor rival que uno mismo. La racha inmaculada de cuatro victorias seguidas se asemeja cada vez más a un lejano recuerdo después de tres partidos en los que se le resiste la victoria. En Irún cae, entre el asombro de todos, por dos errores propios y por su incapacidad para enviar a la red alguna de las innumerables oportunidades de gol de las que dispuso. No es el rival, es él. Son sus fallos, su puntería, sus miedos, sus dudas. Las que le han hecho penalizar en los últimos partidos, las que le pondrán a prueba en los siguientes. Por fútbol, por dominio, por capacidad de generar, pocos peros se le pueden poner hoy. Es difícil encontrar en el recuerdo cercano un partido del equipo coruñés con tal superioridad a domicilio, pero el fútbol es más que eso. Es crear, jugar y ser definitivo en las áreas y el grupo de Borja está regalando en la propia y siendo ingenuo en la contraria. El camino se estrecha para un proyecto que será puesto a prueba más que nunca en los próximos partidos. Es el momento de creer, perseverar y también de ajustar y encontrar soluciones a los males.

Cuando la cuesta decide empinarse, tras cada curva, siempre hay más y más desnivel. Eso debió pensar el Dépor cuando entre Álex y Jaime Sánchez le regalaban el primer gol a un Real Unión que pasaba por allí. El duelo aún cogía temperatura y rozaba el minuto diez, pero hasta entonces el conjunto vasco apenas había divisado a Mackay con prismáticos. No rehuía a sacar la pelota desde atrás, pero ni siquiera presionaba arriba. El Dépor no había arrancado tampoco en modo apisonadora, ni mucho menos. En realidad, nunca lo hace. Pero poco a poco parecía en disposición de ir inclinando el duelo, de ir madurándolo hasta que cayese por su propio peso. El error y la penitencia cambiaban el escenario, le obligaban a remontar, a ir remolque, justo un contexto que le incomoda sobremanera.

Para entonces Borja decidía mantener el plan del inicio del partido. William entraba desde la izquierda con un extremo puro, nada de onces plagados de pivotes. De Vicente le había tomado el relevo a Villares en la media y Víctor se afianzaba en la derecha ante la falta de alternativas. Al Dépor le costaba jugar con cierta profundidad, pero cuando lo conseguía desarbolaba por completo a su rival. Las ocasiones empezaban a sucederse. Un cabezazo de Quiles, varias para Miku, un remate de Víctor que no entró de manera milagrosa, un gol de William salvado bajo palos... Cuesta encontrar una primera parte en la que el Dépor no pudiese contar sus ocasiones con los dedos de una mano. Entre el mal fario de las últimas semanas y la falta de puntería, se acabaría yendo por detrás en el marcador al descanso. Era increíble.

En parte disfrutaba de tantas ocasiones porque ni siquiera el Real Unión se defendía bien. A la mínima que el Dépor encontraba el camino se topaba con pasillos de cierta holgura para penetrar. Los centros al área tenían casi siempre destinatario. Perder tiempo y defender por acumulación y con rebotes a favor. Esa era la receta. Parecía ínfima, aunque de momento le llegaba al conjunto vasco. El Dépor necesitaba más, sobre todo acierto.

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A diferencia de otros días, Borja no quiso esperar. El partido era de un único sentido, sobraban precauciones tácticas y en su entramado defensivo y era el momento de sentar a Álex y meter a Mario Soriano, que le volvía a ganar la partida a Menudo en la preferencias de los técnicos. El madrileño se volcaba a la izquierda, William se iba al otro costado y Quiles acompañaba a Miku en punta. La creación quedaba a cargo de Elitim y De Vicente. La decisión era de calado, cargaba de esta manera el equipo coruñés su juego de ataque. Pero le costó adaptarse, no fue inmediato. Siguió desde luego con la misma intención ofensiva, percutiendo con ritmo, pero de entrada no le fue sencillo acomodarse a su nuevo plan de ataque.

Aún así, las oportunidades seguían sucediéndose. Miku, Víctor... Los nombres eran los mismos y la puntería también. A la hora de juego, el entrenador abulense le daba una vuelta de tuerca más a su apuesta. Noel tenía los minutos que había echado de menos en los últimos envites. La sorpresa, más que el hecho de que entrase y de que lo hiciese tan pronto, fue el sustituido. El venezolano se mantenía en el campo y el que se iba al banco era Quiles. El asombro quedó disipado pronto por la pegada. Con unos pocos minutos en el campo, el canterano sí que fue capaz de encontrar la red. Jugada por la derecha, paso atrás del de Silleda, quien, en el punto de penalti y gracias a que su disparo pegaba en un defensa, hacía el empate. 1-1. Había tiempo y vida.

Al Dépor se le abría el cielo. Entre tantos nubarrones era capaz de encontrar un rayo de sol en forma de gol. Y le quedaba casi media hora para certificar la remontada con el viento a favor. Los siguientes minutos fueron irrespirables para los locales. El equipo coruñés intensifica su ofensiva. Por derecha, por izquierda, cualquier vía era buena para buscar el 2-1. Se encontró de nuevo con el muro irundarra y, cuando se tomaba un leve respiro, llegaba otro sopapo, con otro gol.

El Real Unión había parecido hasta entonces un equipo inofensivo, aunque sí es cierto que su técnico había acabado juntando arriba a futbolistas veloces, con maneras para hacer daño en las transiciones rápidas. Con el Dépor volcado y sin un corrector como Álex, el riesgo existía y la propia fragilidad coruñesa para cortar una contra, aunque fuese en falta, le acabó abocando al peor de los escenarios. Bravo repetía, hacía el 2-1 casi en la segunda llegada de los vascos en todo el partido. Nadie se lo creía. Ni el Dépor ni el Real Unión ni los que estaban en la grada.

El golpe fue tremendo para el Dépor, que siguió empujando, pero al que en parte ya se le veía vencido. Le faltó nada para empatar en los últimos minutos en varios lances, pero algo les decía que si fabricando una docena de ocasiones no habían sido capaces, tampoco lo iban a ser ahora. El pitido final llegaba con el estallido de júbilo en el Stadium Gal. Los jugadores locales hasta tuvieron que dar una vuelta de honor. Le acababan de ganar a un grande con lo mínimo de lo mínimo. Hay días que sale todo de cara, pero siempre hay un revés de la moneda y eso fue lo único que pudo ver hoy el Dépor.