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Cheché Martín, un centenario lleno de trazos, vida y nostalgia

Represaliado, futbolista y artista, el jueves cumpliría 100 años y lo celebra enseñando sus obras: “Pasó situaciones fortísimas, pero no se quedó debajo de la ola, eligió vivir”

Cheché Martín, pincel en mano, pinta junto al mar. |  // CEDIDA

Cheché Martín, pincel en mano, pinta junto al mar. | // CEDIDA / CArlos Miranda

Carlos Miranda

Carlos Miranda

“Vivió situaciones fortísimas siendo un niño de 12 años, pero él no quiso quedarse por debajo de la ola, él quiso seguir viviendo”. A Cheché Martín (A Coruña, 1924-2006) la vida le expuso desde niño, pero él eligió expresarse, ser un hombre de mundo, alegre, honesto, libre, sincero, “casi punki”, “frontal”, como describe su hija Marita Carmona. Represaliado, futbolista, entrenador y artista, cumpliría mañana 100 años. Su centenario traerá para el recuerdo la historia personal de una de las figuras más poliédricas de la A Coruña moderna, su excelsa carrera futbolística y, sobre todo, la revelación en el siglo XXI de toda su obra pictórica en una exposición impulsada por el Concello para la ocasión.

Óleo de Cheché Martín. |  // CEDIDA

Óleo de Cheché Martín. | // CEDIDA / CArlos Miranda

“Su amigo Abelenda siempre le decía ‘expón, expón ya’ y él le contestaba ‘queda poco, queda poco”. Ese afán perfeccionista y ese deseo de no verse “expuesto” en algo tan íntimo, sus obras, le llevaron a celebrar solo tres muestras individuales en vida en Galicia. Ahora llegará, en una fecha señalada, la cuarta que será muy potente y descubrirá a través de su pintura y de sus dibujos a un artista “prácticamente figurativo”, también abstracto, con “la actitud de no cerrar los ojos y contar lo que ve”, porque en realidad “estar vivo es eso”. “Esa mentalidad y alegría lo abarcaban todo en él. Iba al fondo, incluso en lo no tan alegre, mostrando las sombras humanas”, cuenta su hija, que siguió sus pasos y que aprendió de su mano, pero quien reconoce que esta labor para montar la exposición le ha hecho redescubrir a su padre. “Cuando recopilas y analizas y lo pones en palabras, ves cosas que no habías visto. Es el rastro de su vida, de su interior”, explica.

José María Martín Rodríguez, Cheché, era nieto de una figura como Médico Rodríguez. Perdió a su padre siendo un niño, en 1936. Su progenitor era secretario del Ayuntamiento de A Coruña y fue fusilado tras el golpe militar. “Hablaba siempre de todo, pero de eso nunca. Eso sí, cuando paseábamos por la Torre, que es donde lo mataron, a veces se quedaba callado, en silencio”, cuenta. Escapó con su madre, gracias a la ayuda del pintor Álvarez de Sotomayor, a Buenos Aires, donde nacieron sus dos pasiones en paralelo: el balón y los pinceles.

Pronto empezó a mostrar su arte y también sus credenciales futbolísticas, que le facilitaron conocer mundo. Estuvo en Caracas y en Angers, cerca del París de la posguerra, antes de volver al Dépor en 1948. Su regreso, en una especie de prueba, fue una manifestación de crítica muda ante la represión franquista. En el Dépor fue activo del equipo de Scopelli que casi gana la Liga en 1950 y para el recuerdo queda un gol al Celta en un cabezazo plástico como pocos. Luego terminó de hacer carrera en Barça y Atlético. Fue internacional con España. Tras colgar las botas, a los banquillos. Primero en México y luego en el Dépor. Casi lo lleva a Europa en 1969. Un técnico moderno para la época, mentor de Arsenio, quien fue íntimo, también mecenas de su obra. Su familia es una de las que más contribuye a la exposición con sus prestamos, además de sus propios hijos.

“Eran sus dos pasiones, eran como dos carreras”. Al margen del balón, su capacidad para crear fue ganando en matices, en riqueza, también tocó la fotografía. “La pintura estaba predestinada a ser la única, pero la vivía en secreto. Hay entrevistas en las que decía que le apasionaba más que el fútbol. Pintaba por necesidad, pero lo reservaba, no lo enseñaba, necesitaba esa intimidad. Eso sí, tenía una pulcritud en su camino, un rigor artístico...”.

Más allá de su vida y su carrera en los campos, está la obra en sí y esa es la que toma ahora protagonismo para colocarla, por una vez, en el primer plano. “Me imagino a un turista que la vea sin más... Las obras son un viaje y por eso visualmente es tan potente (la exposición). Para mí debería ser la celebración de ir a ver pintura, de vivir la propia obra. Un portal de encuentro, más allá del futbolista que pintaba. Vívelo y ya verás quién es. Ya te enterarás de su historia y te sorprenderás”, cuenta de un resultado final que se apreciará en unos meses y que la familia espera con ansia, con ese componente lúdico que acompañó siempre a Cheché: “Pesa el morbo de verlos (los cuadros) puestos en la pared, porque cambian las obras con la iluminación correcta, porque todas juntas se dicen cosas. Quiero ver ese efecto y las caras de mis hermanos. No pienso en más”. Una obra para ser vista, una historia para ser contada.