El parón de las obras de ferrocarril, la situación política, los impuestos, la Iglesia... estas eran las cosas que preocupaban hace casi siglo y medio al poeta ourensano Manuel Curros Enríquez, las mismas cuestiones que hoy preocupan a los ciudadanos.

El enfrentamiento con la Iglesia no es nada nuevo, como se ve. El propio Curros lo vivió cuando el obispo de Ourense, Víctor Novoa Limeses, lo denunció en 1874 por el contenido de dos de los poemas que forman parte del célebre Aires da miña terra, A igrexa fría y Mirando ó chau.

El prelado consideró que los versos de Curros atacaban y ridiculizaban varios dogmas de la religión católica y pidió que se prohibiese la venta y circulación del libro. El juez condenó a dos años, cuatro meses y un día de prisión al poeta de Celanova y le impuso una multa de 250 pesetas por un delito contra el libre ejercicio de los cultos.

Curros decidió recurrir ante la Audiencia Territorial de A Coruña, donde se vio la causa con gran expectación los días 4 y 5 de marzo de 1881. El abogado coruñés Manuel Puga Blanco lanzó un eficaz alegato a favor del poeta, que consiguió ser absuelto por el alto tribunal. La intervención de la defensa se convirtió en una famosa pieza oratoria, que se incorporó al apéndice sobre el proceso de Aires da miña terra, el libro que, con Cantares gallegos, de Rosalía, inauguró el Rexurdimento galego.

A la hija del abogado, Mariquiña Puga, dedicó Curros un poema de despedida, hecho más tarde canción popular -Adiós a Mariquiña- de la que se serviría en los años cincuenta del siglo XX para una de las coreografías del Ballet Gallego otro ourensano, José Manuel Rey de Viana:

Como ti vas pra lonxe

i eu vou pra vello,

un adiós, Mariquiña, mandarche quero, que a morte é o diaño

i anda rondando as tellas

do meu tellado.

Otros episodios de la vida de Curros ocurrieron en A Coruña, desde cuyo puerto salió con destino al breve exilio de Londres en 1870 huyendo de la persecución por un violento artículo antimonárquico y, años más tarde, hacia la emigración americana.

El poeta embarcó en febrero de 1894 en el vapor Reina María Cristina con destino a México, pero al hacer escala en La Habana, algunos amigos lo convencieron para que se quedase allí, donde pronto sería acusado de complicidad con los independentistas, lo que le costó la suspensión de su periódico, La Tierra Gallega, aunque enseguida encontró trabajo en El Diario de la Marina y una inusitada audiencia.

En mayo de 1904 volvió a España y desembarcó en el puerto coruñés. En Cuba ya gozaba del mayor predicamento y cuando llegó a A Coruña fue recibido con gran entusiasmo y días después, coronado como poeta.De nuevo en Cuba, se sumó a la iniciativa de los regionalistas para crear una Academia Gallega, que verá la luz en septiembre de 1906.

La salud empezó a fallarle. El clima del trópico agravó su asma y su reumatismo y en 1908 su estado era tan penoso que debió ser internado en la clínica del Centro Asturiano de la Habana, debido a que sus lazos con los regionalistas gallegos estaban rotos en su mayor parte por el carácter desmesurado de Curros, que falleció el 7 de febrero de ese año.

Sus restos mortales fueron trasladados a Galicia y desembarcaron en A Coruña el 2 de abril. Su féretro fue depositado en el salón de actos del antiguo ayuntamiento. Lo velaron Murguía, Alfredo Vicenti, el médico Rodríguez...

El comercio de la ciudad cerró sus puertas, la Alcaldía publicó un bando y los vecinos pusieron crespones negros en el balcón.

El féretro, envuelto en la bandera gallega y sobre una carroza negra, recorrió al día siguiente las principales calles de A Coruña. Más de 40.000 personas salieron a acompañarlo, dicen las crónicas, y por la tarde recibió sepultura en el cementerio de San Amaro, donde reposa en el nicho número 92 del tercer departamento.

Hace ahora un siglo que ocurrió eso y el próximo sábado, con motivo del centenario de su muerte, Curros recibirá un homenaje en su Celanova natal.