Este ha sido políticamente el mes de la gresca del traspaso del poder. Nada edificante, por cierto, y muy diferente de la anterior, porque en 2005 la atención se centró en la elaboración y concreción del pacto de gobierno, que ocupó todo el periodo de transición de un gobierno a otro. Por otra parte, Núñez Feijóo llevó la configuración del nuevo organigrama de la Xunta y la distribución de las consellerías con extrema discreción y esto ayudó a que el primer plano mediático lo ocupasen los reproches que unos y otros se cruzaron con evidente desmesura.

La imagen que ofrecieron ambos fue negativa. Unos parecían tener prisa por mandar y otros por dejar bien amarrados el mayor número de asuntos pendientes y condicionar lo más posible los primeros movimientos del nuevo gobierno. Ambos defraudaron y volvieron a dañar el ya maltrecho prestigio de la actividad política.

Decepciona bastante la reacción de Núñez Feijóo ante la presunta actitud negativa del Gobierno saliente, al anunciar un proyecto de limitar por ley la capacidad de un gobierno en funciones. Una vez más, ante cualquier problema, lo primero que se les ocurre es anunciar una ley para resolverlo, a pesar de la cansina experiencia del fracaso que de esta política tenemos todos.

Lo peor de nuestros dirigentes políticos es que no aprenden ni cuando ganan ni cuando pierden, ni cuando aciertan ni cuando fracasan.

No cabe duda de que las leyes son necesarias y en muchos casos contribuyen decisivamente a arreglar o al menos a encauzar los problemas, pero también es evidente que además de las normas son imprescindibles otras cosas como los medios, los recursos, la voluntad de hacer política, la capacidad de diálogo y de negociación y, sobre todo, la buena conciencia y la educación cívica y democrática de administradores y administrados.

Núñez Feijóo llega al Gobierno con fama de ser buen gestor y buena cosa es. Pero lo esencial, lo que verdaderamente importa e interesa a la ciudadanía, es que haga política, que para eso ha sido elegido y es lo que, en el fondo, se espera de él. Debe aprender en cabeza ajena ya que, si el bipartito resultó ser un gobierno de mera transición, se debió a que, esencialmente, renunció a la política.

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