"Mi padre quería hacer de mí un pequeño comunista. Me enseñaba los cantares de la joven guardia y el himno de la Marsellesa", recuerda Víctor García Fernández. Durante sus cuatro años en el barrio vigués del Calvario —de los dos a los seis— sufrió la "soledad" de la clandestinidad. "Él llegaba de manera esporádica. Pasaba dos o tres días con nosotros y volvía a marcharse. Mi madre trabajaba de sirviente y también salía a vender jabón por las calles de Vigo. Ella fue una heroína", relata el hijo de El Brasileño.

Víctor no se relacionaba con los otros niños del barrio. "Al estar en la clandestinidad, mi padre tenía miedo a que me preguntasen por él —añade— y comentase algo que levantase sospechas". Pero pronto tuvo un nuevo compañero: "Una noche que llegó mi padre, fue a mi cama a llevarme un regalo. Me llevé un susto mortífero cuando me dejó sobre la cama un puerco espín. Ese puerco espín fue mi amigo, hasta que un día se escapó".

Sus peores temores se hicieron realidad. En abril de 1948, un enlace del PC informó a su madre de la muerte de El Brasileño de un tiro. "Nunca supo quién lo había matado. Siempre pensó que había sido la Guardia Civil en un enfrentamiento", relata su hijo.

Pero hace apenas un año, tras contactar con el equipo de investigación de las tres universidades gallegas sobre la Guerra Civil, Víctor conoció no sólo el lugar en el que está enterrado su padre sino también quiénes ordenaron su ejecución. El pasado 4 de mayo envió una carta al secretario general del PC, Francisco Frutos, informándole de las investigaciones sobre el asesinato de su padre. No hubo respuesta.

En su próxima visita a la tumba de su padre, prevista para el próximo fin de semana, Víctor le contará lo ocurrido en los últimos meses, tal y como hizo cuando el pasado mayo la familia colocó una lápida en el lugar donde yacen sus restos desde hace más de 60 años. "Allí seguirán, en la tierra por la que mi padre dio la vida", concluye.