Convivieron con la enfermedad, con duros trabajos físicos, con el hambre y con la muerte. Miles de gallegos apresados por el Ejército franquista fueron trasladados tras el estallido de la Guerra Civil a campos de concentración para reconstruir carreteras, puentes, aeropuertos, canales, pantanos e incluso rehabilitar iglesias que habían quedado destrozadas por la contienda. Los más de 370.000 esclavos de Franco se asentaron en un centenar de campos de trabajo repartidos por todo el país, nueve de ellos en Galicia. Pero la política del Caudillo era la de alejar a los enemigos del régimen de sus hogares. Algunos batallones de trabajadores gallegos acabaron en Cataluña reparando obras civiles o fortificando la costa sur de Andalucía ante el temor de un desembarco aliado.

Los primeros campos fueron creados para albergar un gran número de presos -unos 50.000-. En un principio, fueron instalados en plazas de toros, recintos amurallados o campos limitados por alambradas, pero con el paso de los años se crearon pequeñas colonias más próximas al lugar de trabajo donde los presos vivían en unas condiciones infrahumanas.

Manuel Coto Chan, segundo teniente de alcalde de la localidad pontevedresa de A Estrada y presidente del Partido Republicano Socialista de A Estrada, fue uno de los miles de presos del franquismo condenado a trabajos forzosos. En A Estrada comenzó su periplo por varias cárceles de Galicia hasta que fue trasladado a una campo de concentración en Madrid. Según investigaciones de historiadores del proyecto Nomes e Voces de la Universidade de Santiago, Coto Chan llegó a la cárcel de A Estrada atado al rabo de un caballo de la Guardia Civil; y de ahí pasó a cumplir condena en Parda (Pontevedra) y El Dueso (Cantabria). Su último destino fue el campo de concentración de Brunete (Madrid), donde fue sometido a trabajos forzosos hasta 1945. Tras casi diez años en condiciones infrahumanas, Coto Chan fue indultado. Pero su estado de salud era tan delicado que nada más regresar a su casa de A Estrada falleció. Tenía 47 años.

Minas de Fontao

Uno de los pocos prisioneros gallegos que cumplieron parte de la condena en su tierra fue José Ángel Fernández Meis, natural de O Grove y miembro de la Xuventudes Comunistas y del PCE. Detenido después del alzamiento militar, Fernández Meis aceptó por la intervención de su padre alistarse en el Ejército sublevado como vía de escape a la situación de conflicto que se avecinaba. Pero en septiembre de 1937 intentó pasarse a la zona republicana. Todo fue en vano porque en ese intento fue detenido y condenado a muerte por deserción en consejo de guerra, celebrado en Zaragoza en 1938.

La pena impuesta le fue conmutada por 30 años de reclusión mayor y posteriormente a 12 años y un día de reclusión menor. La lista de penales y campos de trabajo por los que pasó comienza en San Gregorio y Santoña (Zaragoza). De ahí fue trasladado a Burgos hasta el año 40 y a Celanova, donde estuvo hasta 1941.

Sus últimos años de periplo carcelario transcurrieron en su tierra, en un batallón de trabajadores en el campo de internamiento de las minas de Fontao, en la comarca pontevedresa del Deza. Fernández Meis quedó en libertad provisional el 18 de abril de 1944. Por la definitiva, tuvo que esperar dos años más. Al drama de la guerra, tuvo que añadir el de la emigración y el exilio. Fernández Meis tuvo que reviventar su vida alejado de su familia. Y es que la tan esperada vuelta a casa no fue como la había soñado durante años. Un segundo exilio le esperaba en su viaje de regreso a casa. De Galicia puso rumbo a Pasajes y de ahí a Francia, donde falleció en 1998.