Pasar diez minutos en una celda de la prisión de Teixeiro provoca angustia, soledad, impotencia, rabia, aburrimiento o nostalgia de lo que queda fuera. Estas sensaciones, expresadas por alumnos de entre 16 y 18 años del instituto de Breamo, en Pontedeume, tras vivir ayer la experiencia en el propio penal, contrastan con las de los internos de la Unidad Terapéutica Educativa. Durante sus primeros diez minutos de cumplimiento de condena la mayoría sintieron miedo.

Los cerca de cuarenta jóvenes visitan el módulo como parte de una experiencia piloto de colaboración entre la prisión y varios institutos. La iniciativa busca concienciarlos de que una temprana relación con las drogas -la edad de inicio de consumo en España sigue descendiendo- puede conducirlos fácilmente a perder la libertad.

El módulo que visitan no parece la cárcel, casi no es la cárcel de verdad, y en eso insiste continuamente uno de los funcionarios. El patio, las dependencias, pulcramente limpias, recuerdan más a un colegio o a un hospital. José García, uno de los responsables del módulo, hace notar la ausencia de olor. "En los otros módulos huele, y huele mucho. A miseria", afirma.

Funcionarios y presos explican a los jóvenes las diferencias entre ese y otros módulos: allí no existe la subcultura carcelaria, no hay grupos de presión ni ley del silencio, internos y cuidadores no están enfrentados. Los propios internos detallan que en la Unidad Terapéutica la gente no agrede, no se droga, no grita por las noches, no pasa en vela las 16 horas que el horario impone en el interior de las celdas.

Este módulo de la cárcel es el único al que los presos acuden -y abandonan- de forma voluntaria. El objetivo de este modelo alternativo ("es la prisión del futuro" señalan los presos que lo disfrutan) es fomentar el objetivo de rehabilitación que, al menos en teoría, preside todo el sistema. Los presos se comprometen a abandonar las drogas y, los que no cuentan con la ESO (más del 75%), a asistir a las clases. 67 presos cumplen actualmente condena con estas condiciones, que Teixeiro oferta desde hace cinco años.

Este módulo de la prisión coruñesa destaca porque durante la visita celebrada ayer por momentos resultaba complicado distinguir si una persona podía estar presa o ser funcionario. A veces incluso era difícil distinguir internos de alumnos. No en vano, en algunos casos ambos contaban la misma edad. En la conversación que ambos grupos mantienen como parte de la actividad, se incide en que "en la cárcel se puede acabar por cualquier tontería, es muy fácil entrar". Menudeo de drogas, robos, infracciones de tráfico, agresiones. Un educador cuenta la experiencia de un interno de 19 años que cumple condena por omisión de socorro. Sus amigos dieron una paliza al hijo de un juez. El objetivo, que los posibles coqueteos de los alumnos de Pontedeume con las drogas terminen antes de seguir un camino similar al suyo. Uno de los internos más habladores, Luciano Varela, emociona a los presentes al contar cómo la droga destrozó su vida tras veinte años de consumo. Ahora lleva ocho meses en la Unidad Terapéutica de Teixeiro, a donde llegó "tras tocar fondo".

La experiencia se repetirá durante este mes con la colaboración del Colegio Fingoi, de Lugo, y la financiación -el gran problema para el desarrollo y extensión de este tipo de módulos, según argumentan los funcionarios responsables- de la fundación Pedro Barrié de la Maza, que aporta los autobuses para que los internos se desplacen a los institutos en una primera fase de la actividad. La esperanza, que los jóvenes a los que intentan convencer no pasen el mismo miedo que ellos.