Ambicioso a pesar de las adversas circunstancias, el ya casi presidente Mariano Rajoy ha declarado su propósito de meter a España en el "núcleo duro" del euro que esta semana se disponen afundar Alemania y Francia. La idea consiste en que este país pobre en euros pero millonario en parados se una a las naciones de mayor potencia (financiera) de Europa, por duros que sean los sacrificios a los que haya que someter a la población para entrar en la parte dura de la UE. Abróchense los cinturones, que el despegue puede ser accidentado.

Este del "núcleo duro" es un concepto que inevitablemente evoca la lujuria: y ahí tal vez lleve alguna ventaja la España que logró hacer famoso el mito de Don Juan. Ninguna referencia parece más apropiada que esa, habida cuenta de que los países que aspiren a formar parte de la médula de Europa deberán demostrar un poder de penetración en el mercado superior al de los que, por su impotencia económica, tengan que resignarse a seguir en el núcleo blando de la UE.

Cierto es que en estas cuestiones de erotismo económico no podemos competir ni de lejos con Francia, el país que junto a la más pacata Alemania pretende hacer una Europa dura y sostenible. Todo lo que nos llega de la vecina república de arriba tiene, como es sabido, un inequívoco aroma de lascivia: ya sea el francés propiamente dicho, ya el ménage à trois, ya la petite morte que alude a la depresión típica del postcoito. No extrañará, por tanto, que uno de los dos impulsores del "núcleo duro" de la UE sea el presidente Nicolás Sarkozy, que a fin de cuentas es francés y va luciendo por ahí una señora de imponentes curvas.

Si hasta el sobrio Rajoy ha sucumbido al aroma levemente erótico del "núcleo duro" en el que quiere incluir a España, resulta evidente que esa va a ser la expresión de moda en los próximos meses. Las apariencias sugieren que el nuevo concepto va a destronar incluso al de "desarrollo sostenible" que hasta ahora era el trending topic en la jerga de las finanzas.

El Gobierno saliente de Zapatero, por poner un ejemplo notorio, usó y abusó del adjetivo sostenible hasta llevar a España a la insostenible situación actual. Sostenible aunque no dura era la Ley de Economía -mezcla de plan quinquenal soviético y Libro Gordo de Petete- con la que en menos de diez años se le iba a levantar la paletilla y lo que fuese menester al decaído Producto Interior Bruto español. Igualmente sostenibles, si bien muy costosas, eran también las energías solares y eólicas, las obras del plan de aceras, los decretos sobre calefacción de los edificios y en general casi todo lo que emanaba de la fértil imaginación de los ministerios.

Cualquier proyecto apuntaba entonces al "desarrollo sostenible" en un "entorno económico estable" como requisito previo para ofrecer una "atención integral a la ciudadanía". Nadie alcanzaba a entender el significado de esta jerigonza, pero de eso precisamente es de lo que se trataba.

Ahora ha cambiado el gobierno y, lo que es más importante, las palabras con las que se pretende conjurar la crisis. Todavía no sabemos muy bien qué cosa pueda ser eso del "núcleo duro", por prometedor que suene; pero ya parece estar claro que el nuevo concepto de moda va a dejar más bien demodé al término sostenible que tanto juego venía dando a los políticos. El que quiera estar a la última deberá adaptarse al uso de la nueva expresión para decir, venga o no a cuento, que España es una firme candidata a entrar en el famoso núcleo duro de la Unión Europea.

Puede que esa aspiración nos cueste más rebajas de sueldo, apreturas de cinturón y penurias añadidas a las que ya padecemos; pero todo sacrificio es poco cuando se trata de levantar el PIB del país, últimamente tan fláccido. El caso es poder presumir de la economía dura y sostenible que se le supone a este país de donjuanes.

anxel@arrakis.es