- ¿Qué precisa para trabajar?

-La idea, la semilla. Antiguamente lo basaba a menudo en la literatura, estaba leyendo y enseguida me venía la imagen. Por ejemplo: 'cogió el corazón en la mano y manaron gotas de sangre'.

-En su familia hay pintores, arquitectos, fotógrafos, poetas...

-Mi bisabuelo era de León y un día escondió las alpargatas en un árbol, se fue a trabajar a Bilbao a las minas y dijo: 'cuando vuelva seré millonario'; y volvió siendo muy rico. Era amigo de Sorolla y llegó a senador. Sus trece hijos, como eran millonarios, no tuvieron que trabajar y mi abuelo se dedicó a pintar y a hacer fotos. En su estudio yo veía cámaras, caballetes, un diván con una tela y soñaba con eso.

-Sin embargo, a sus padres no les gustó su elección.

-No entendían, creían que tenía que hacer Bellas Artes. Por entonces empecé a conocer a la gente de la Movida y dije: 'la carrera está en la calle'. No podía encerrarme, tenía que vivir lo que estaba pasando.

-Su primera serie, Peluquería, fueron postales de éxito.

-Iba a París con la maleta llena de postales y las vendía en el Pompidou, algo impensable hoy puesto que no me conocía nadie; y con ese dinero vivía en París.

-Pero hubo de volver a casa.

-Por la fuerza. Llevaba tiempo diciéndole a mi madre 'tengo algo en la tripa'. 'Son gases', me dijo. 'Es que tengo un bulto': era un tumor como una pelota de tenis y tuve que volver para la quimioterapia. Fue horrible. Espero que se acabe ese tipo de tratamiento; la medicina es más cruel que la enfermedad.

-¿Eso refrenó su lado oscuro?

-Puede. Dicen '¡los ochenta, qué maravilla!'; sí, mucho arte. Y mucha muerte y muchas drogas. Está muy bien haberlo vivido pero nunca haría un elogio de eso.

-¿Hubo una utilización política de la Movida?

-Nació de forma espontánea pero quizá nos apoyaron. Llegábamos a un sitio y era como si llegara John Lennon y, de la noche a la mañana, se destruyó todo y los galeristas dejaron de llevarnos a Arco con la amenaza de no dejarles volver.

-¿Si no es fotógrafa qué es?

-Los fotógrafos suelen llevar una cámara encima y yo no lo puedo soportar, es demasiado valiosa.

-Pero utiliza el teléfono móvil.

-Lo utilizo de cámara pero no pretendo nada serio, aunque he descubierto que los vídeos se pueden proyectar en una pantalla grande, con lo cual tengo una mina. Pero no tengo mentalidad de fotógrafo, yo recreo la vida, reconstruyo la escena, hago teatro con actores. Son como pequeñas películas u obras de teatro.

-¿Con qué disfruta más, con el proceso o con el resultado?

-Con el proceso. El resultado me es ajeno: me convierto en espectadora y en admiradora de mi obra.

-¿Tal es el distanciamiento?

-Es que vivo el proceso como si tuviera que huir de un fuego y subir a una montaña, y no veo más.

-¿Va de lo lírico a lo kitsch?

-Es que tengo algo de pop, de surrealismo o de clasicismo y puedo mezclar referencias a Leonardo da Vinci con anuncios publicitarios.

-¿Ha pasado definitivamente a la fotografía digital?

-Por obligación, porque voy a comprar película y no encuentro y porque desmonté el laboratorio de mi casa, cosa de la que me arrepiento porque nadie va a revelar como yo revelo. Este año solo pinté una foto, cuando antes pintaba todo el rato. Por eso digo que no me llamen como fotógrafa, porque puedo tardar en pintar cinco meses una foto; soy de la Edad Media. Me dolía el cuerpo de las horas que pasaba pintando. Todavía hoy mis fotos pintadas son el futuro, un puñetazo visual.

-¿Tiende a aislarse?

-Soy feliz sola, pero estoy encantada en una fiesta. ¿Cómo puedes ser artista si no amas la soledad?

-¿Vivir en pareja le resulta castrante?

-Tengo 56 años ¡y mira que tuve parejas! pero soy un pájaro libre. Me da un miedo horrible imaginarme emparejada. Estoy consagrada al arte y es complicado tener pareja, aunque anhelo amores místicos, sutiles, amores fuera de lo normal. Lo normal me aburre muchísimo.

-Le gusta que le hablen de su tío Jaime Gil de Biedma, poeta, pero no que le recuerden su parentesco con Esperanza Aguirre.

-Mi madre adoraba a su primo Jaime pero he oído a personas de mi familia hablar muy mal de él. Era encantador. Mi pasión de pequeña era que vinieran a casa los Gil de Biedma, eran muy divertidos. Se decían las mayores burradas por el placer de escucharse.