En el Mediterráneo las marsopas comunes o, como se las conoce en Galicia, las toniñas, ya solo existen en las historias que los marineros cuentan a sus nietos. De hecho, el Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente no se anda por las ramas y declara la especie extinguida en esa zona. En cambio, en las aguas atlánticas, las que bañan Galicia, todavía está clasificada como "vulnerable". Ese estadio es una especie de limbo donde hay lugar para la esperanza pero también para la preocupación sobre su futuro, ya que se emplea para las especies que pueden pasar a estar "en peligro de extinción en un futuro inmediato si los factores adversos que actúan sobre ellos no son corregidos".

La Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños (Cemma) quiso averiguar si al más pequeño de los cetáceos que se bañan en los mares gallegos había que pasarlo a la categoría crítica, la que advierte de una "supervivencia poco probable", que exigiría elevar aún más su protección, y se embarcó, con la ayuda económica del Gobierno central, en el proyecto Phocoeval. Sin embargo, sus esfuerzos no fueron tan concluyentes como les habría gustado y la pionera campaña por mar y por aire no dio de sí lo suficiente como para garantizar la "fiabilidad" del cálculo, según reconoce el biólogo de Cemma, Alfredo López.

Tras una misión en barco que se prolongó durante 18 días y casi 1.400 kilómetros, y que hasta se peleó con una ciclogénesis explosiva que obligó a los investigadores a limitarse a explorar hasta cabo Prior y arrinconar las ambiciones de llegar hasta Ribadeo, estos expertos realizaron 133 avistamientos de ocho especies de cetáceos, pero solo ocho eran toniñas. Por aire recorrieron aún más distancia, 1.571 kilómetros, pero los resultados no fueron mejores que los obtenidos por mar: 111 avistamientos de nueve especies diferentes, pero solo cinco del anhelado cetáceo. La estadística convirtió esos avistamientos en 1.185 individuos para la muestra marina y 186 para la aérea, pero la muestra no sirve, según este científico, para concluir si la especie está en peligro de extinción ni para decidir medidas de conservación.

"Harían falta unos 30 avistamientos", cuenta, para hacer números más precisos, y eso era lo que pretendía un proyecto que nació más ambicioso pero sufrió recortes por el camino. Eso se une a lo que puede ser una baja densidad de población de la toniña y que sea un animal al que le gustan las mudanzas: "Un año puede verse mucho alrededor de Ons y al siguiente en la ría de Muros, se mueve mucho", explica este experto.

Lo de la ría es un decir, porque aunque en otras latitudes prefieren andar pegadas a la costa, en Galicia los arroaces no las dejan entrar en su territorio y las toniñas no tienen las de ganar. No son sus depredadores, pero por competencia, los arroaces actuarían como tales. También las quenllas.

Pero el mayor peligro para las toniñas son los seres humanos. "La mayor mortalidad es debida a la afección de la pesca", comenta el biólogo, por culpa de las capturas accidentales, pero "como no es posible dejar de pescar", considera que "hay que hacer estudios para saber cómo se producen esas situaciones para remediarlas".

Si en las rías es difícil -que no imposible- ponerles la vista encima, en zonas abiertas, como cabo Silleiro, se acercan al litoral. También el Parque Nacional das Illas Atlánticas es frecuentado por estos cetáceos que además pueden presumir de ser una subespecie propia que alcanza la mayor longitud de entre todos sus parientes: hasta más de dos metros cuando llegan a la edad adulta.

La Cemma busca ahora que el Gobierno central incluya el análisis de esta especie en sus trabajos de seguimiento de cetáceos. Por ahora, y a falta de que se confirme que está a un paso de la desaparición, esperan a que se apruebe un plan de conservación, que le corresponde porque su situación, aseguran estos expertos, es "delicada".