La falta de vocación sacerdotal ha dejado atrás los tiempos en los que cada sacerdote se hacía cargo de una sola parroquia porque la mayoría, de media, atienden cinco núcleos y algunos tienen que organizarse para llegar a la docena que tiene bajo su mando. Esta situación provoca que muchos de los curas que alcanzan la edad de jubilación sigan trabajando para que sus feligreses no se queden sin misa, ya que la edad media en el clero gallego ronda los 67 años. La pérdida de la cuarta parte de clérigos en los últimos cinco años -1.170 para atender a 3.642 parroquias- y apenas una docena de nuevas ordenaciones al año obliga a que en muchas parroquias gallegas, sobre todo del rural, sea inviable que todos los domingos haya misa.

Los obispados y diócesis de la comunidad han tenido que recurrir a fórmulas como la reorganización de las celebraciones religiosas en un centro de referencia que abarca una unidad pastoral, es decir, una agrupación de núcleos cercanos cuya atención se coordina entre varios párrocos. De esta forma, las misas se concentran en esta iglesia de referencia y en el resto de parroquias solo hay como mucho una misa al domingo al mes.

Pero a los vecinos les cuesta aceptar no tener su cura en exclusiva y sobre todo no poder ir los domingos a la misa a su iglesia. Por eso, son los laicos, es decir, los propios fieles, los que tienen que asumir esa tarea y responsabilizarse de la celebración de la palabra en ausencia del presbítero. Se trata de una misa sin sacerdote en la que no hay prefacio ni consagración aunque se puede repartir la comunión si el párroco la deja antes consagrada en el sagrario. Así sus vecinos no se encontrarán la puerta del templo cerrada y pueden tener un lugar de encuentro y oración sin tener que desplazarse a la iglesia de referencia, algo que en un rural tan disperso y envejecido como el gallego y con pocas facilidades de transporte no siempre es posible.

El Arzobispado de Santiago ya recoge en uno de sus boletines oficiales esta situación al explicar que la carencia de curas concentrada en el rural gallego "motivará la implantación de esta modalidad pastoral con la que conservar el carácter sagrado del domingo". En estos casos, el párroco deberá acudir al obispo, quien determinará las funciones y la duración de la labor del presbítero. Pero no solo en esta diócesis se lleva a cabo esta práctica. "Es la línea a seguir en el futuro", destacan también desde el Obispado de Ourense.

ERequisitos. José María Gómez ejerció esta labor en la parroquia de Tamallancos, que pertenece al concello ourensano de Vilamarín, cuando el párroco estaba de baja por enfermedad. Su caso es particular porque ya había sido religioso en un convento de la orden de Siervos de María durante su estancia en Italia y tenía experiencia en oficiar estos actos religiosos. Pero para que un laico pueda hacerse cargo de la celebración de la palabra no se requiere formación específica. "Solo que sea un buen cristiano, que vaya a misa los domingos y que se implique con las obligaciones de la Iglesia", destaca Gómez, quien añade que debe ser una persona "que sepa ganarse a los fieles" y en el que el párroco confíe en que lo va a hacer bien.

ECompetencias. La autorización que reciben estos fieles del obispo les permite ejercer la celebración de la palabra en ausencia del presbítero también en otras parroquias que no son la suya y no tienen cura durante un periodo determinado ni ningún feligrés que se decida a dar este paso. Aunque en algunas zonas no hay ninguna persona con esta función en otras se nombran a varias para que se turnen en función de situaciones personales e imprevistos que impidan a alguno de ellos acudir algún domingo a cumplir con este mandato. Y cuando está el sacerdote le ayudan igualmente a preparar las lecturas y los cantos.

EFormación. Las diócesis, a través de personal de las vicarías, preparan a grupos de personas designadas para esta tarea en distintas parroquias y se les ofrecen los recursos necesarios, es decir, libros y explicaciones sobre el orden de las lecturas y la homilía. En algunas parroquias es el propio cura el que realiza esta formación.

EAceptación. Este vecino de Tamallancos admite que a los feligreses les cuesta "cambiar el chip" y olvidarse de la asociación "mi cura y mi parroquia". De su experiencia resume que aunque la gente se va adaptando y familiarizando al principio "le falta algo" porque está "acostumbrada a la misa entera y a la figura del sacerdote". "Es algo similar a cuando le cambian de párroco", añade. Considera que es necesario "un cambio de mentalidad" porque es "la era de los laicos" que, en su opinión, tienen "una obligación católica" de implicarse en las labores que exige la Iglesia. Señala que tienen que dejar de ser "meros oyentes" a "estar en primera línea participando, algo que cree "imprescindible" para que sobrevivan las parroquias del rural. Porque colaborar con la iglesia no es solo dar misa cuando no está el cura sino "visitar o llevar la comunión a los enfermos o preparar como catequistas a los niños y jóvenes para la Primera Comunión y la Confirmación", tareas para las que propone crear varios grupos de feligreses.

EDiáconos permanentes. José María Gómez está pendiente de ordenarse como diácono permanente para trabajar en el hospital y ayudar a los capellanes. Los diáconos son precisamente, con los laicos, otra de las figuras que colaboran en la tarea pastoral de los sacerdotes. Aunque no pueden celebrar la Eucaristía, consagrar, confesar ni otorgar la unción de enfermos sus funciones no se limitan solo a la celebración de la palabra como los fieles, sino que también pueden presidir bodas, entierros y bautizos. Por eso, se le exigen más requisitos: si están casados se les pide al menos cinco años de matrimonio y deben acreditar formación en Ciencias Religiosas o Teología.