Son muchos kilómetros de lindes en la comunidad.

Galicia siempre tuvo minifundismo pero detrás hay una lógica histórica. El rural estuvo superpoblado hasta mediados del siglo XX y había mucha presión sobre la tierra. El sistema de herencia tendía más a distribuir la tierra entre los hijos que a crear la figura de la primogenitura, en la que hereda todo el hijo mayor. Aún así, era un modelo funcional hace 70 años. El problema es que no se modificó la estructura de herencia y la concentración parcelaria no da avanzado.

Este modelo de reparto de tierras, en todo caso, es casi como una isla dentro de España.

Galicia siempre tuvo una población rural mayor que en la mayor parte de España y, existía mucha presión sobre la tierra. Además, se podía resistir con pocas tierras y luego está la tradición jurídica de fragmentar la tierra.

De ahí el más de un millón de kilómetros de linderos.

Esto tenía sentido cuando la gente vivía en el rural. El sistema se mantiene ahora, pero con un montón de propietarios viviendo en la ciudad, que tienen las parcelas abandonadas o no saben ya donde están, pero no se es capaz de transferirlas a unas unidades más grandes tierra. El mecanismo de la concentración va a paso de tortuga y surgen miles de problemas. Quizás sea más práctico apostar por mecanismos de transferencia de la tierra. El Banco de Terras sería la vía para esto.

¿Este minifundismo territorial genera una especie de localismo, de intentar evitar que el vecino tenga algo mejor?

Sí, está vinculado con una defensa obsesiva de propiedad de la tierra. Los gallegos no fueron dueños de sus tierras hasta los años 30. Galicia es una sociedad obsesionada por la propiedad de la tierra. Esto acontece con las personas que tienen más de 65 años, que son la mayoría de los dueños. Pero este minifundismo mental ya no existe en las generaciones de 40 o 50 años. Hay un cambio generacional bien marcado, pero los que deciden son los mayores, porque se vive más y son reacios a ceder las tierras en vida.