Por los prados gallegos rumian más de medio millón de vacas adultas. Y el 60% de ellas se dedican a la producción de leche: sector liderado en España por nuestra comunidad autónoma. Solamente en 2020, los ganaderos obtuvieron en las cuatro provincias más de 2,9 millones de toneladas. Pero los costes se disparan y los precios prácticamente no avanzan. En una reunión estos días con representantes del sector en Santiago de Compostela, el director general de la Federación Nacional de Industrias Lácteas, Luis Calabozo, admitió que este colectivo se encuentra “muy tensionado”.

¿Cómo afecta la subida de la electricidad a los ya elevados costes de los productores?

Debido a la inmovilidad atávica en la parte final de la cadena, la evolución muy negativa de los costes en la producción primaria y ahora los precios aún mayores en electricidad o gestión medioambiental, nos encontramos muy tensionados. Esas dificultades afectan a todos los sectores, pero el nuestro necesita mucho calor para la producción. Y la cadena se muestra ineficiente a la hora de gestionar los costes, eso genera inquietud.

La crisis de los suministros no les afecta.

No tanto. Puede que se retrasen y encarezcan las nuevas instalaciones, pero no somos tan sensibles a la crisis de los microchips como otros ámbitos más digitalizados.

¿Qué radiografía ha hecho estos días de la industria gallega?

Se trata de la zona de mayor producción de leche, por eso la situación tensionada se multiplica aún más en esta economía. Los precios al ganadero ascienden lenta pero inexorablemente desde 2017, pero el aumento de costes supera a esa evolución. Y aún encima nos encontramos con que los precios al consumo de leche y yogures no se mueven desde hace siete años. Eso nos perjudica

¿Lo puede comprobar cualquier consumidor en el supermercado?

Efectivamente. Cuando vamos al supermercado, los precios de la leche y los yogures son iguales o menores a 2014. El 56% de la leche clásica en el país se mueve entre los 59 y los 61 céntimos por litro desde hace siete años, y el estudio de la cadena de valor demuestra que en esa horquilla el margen negativo es de 5 a 7 céntimos/litro. Se constata que nuestros productos financian los costes negativos de la distribución, y el valor se traslada a otras categorías. Vemos que al final los precios de los lácteos buscan el valor de otros productos, incluso de informática y perfumería.

Ustedes lamentan que los lácteos se utilicen solo como reclamo en los puntos de venta.

Asistimos a un fenómeno español: se usa la leche como producto de atracción para el tráfico de consumidores, como un reclamo. Leche y yogures se ponen a la venta en el catálogo con un precio muy bajo para que después el consumidor se dirija a otros productos que sí se encarecen. Nuestros productos son inelásticos, por mucho que bajen los precios no se van a consumir más.

Y aquí la Federación defiende la ilegalización de la venta a pérdidas.

Defendemos la ilegalización de la venta a pérdidas al consumidor, no compensable con ganancias a otros sectores. Tendríamos así cierta simetría en las condiciones de contratación entre ganadero e industria. A raíz de la implantación hace diez años del paquete lácteo con contratos por escrito a largo plazo, vimos que era voluntarista y luchamos por la Ley de la Cadena Alimentaria. Esa ley se mostró insuficiente y ahora aspiramos a su modificación. La futura ley nos ayudará si incluye estabilidad en los contratos y evita las prácticas desleales, como el uso de la leche como producto de atracción

¿Qué papel juegan las distribuidoras?

Un papel esencial, son las prescriptoras del consumidor. Construyen los precios. Y si el precio solo busca la rentabilidad del resto de los productos, no solamente de los lácteos, nos afecta bastante. Necesitamos una ley que nos obligue a todos, y que también recalque el valor nutricional y social de la leche.

“Producimos 1,5 millones de toneladas más que hace una década, pero con la mitad de ganaderos”

Continúa el recorte de explotaciones ganaderas, sobre todo en Galicia. Se acelera el proceso de caída de granjas. Ocurre en todo el mundo: cada vez se produce más leche con menos granjas. Lo vemos también en el norte de Europa, son instalaciones más eficientes con la incorporación del trabajo externo. Pero lo peor es cuando esa evolución tecnológica se hace más rápida y afecta a granjas que funcionaban bien. En nuestro país se ve forzado el proceso por la ineficiencia del funcionamiento de la cadena. En menos de una década pasamos de producir 6 millones de toneladas en toda España a 7,5 millones... pero con la mitad de ganaderos. Se destruye un tejido muy necesario. ¿Qué políticas aplica la UE? La Unión Europea ha dejado su política clara desde 2003. Y desde 2015 o antes ya está orientada al mercado, un sector que vive con ayudas desacopladas. Los sistemas de intervención solo actúan a precios muy bajos. Y el hecho de que el sector lácteo tenga que aprender a vivir por sí mismo es una realidad a la que nos vemos abocados por la decisión del regulador de la UE. Esto produce volatibilidad. Y es básico que luchemos por la estabilidad para que esto no acabe con la destrucción de un sector que emplea a más de 60.000 personas de forma directa, sin contar auxiliares y transporte. Si el empleo avanza, ayudaríamos a fijar población en la España vaciada. ¿Estas complicaciones se viven en el resto de los países o España tiene ciertas peculiaridades? La principal característica de España es que su reestructuración no solamente se debe a una base sociológica, sino también al mal funcionamiento de la cadena de mercado. Nosotros insistimos en defender la nueva Ley de la Cadena Alimentaria, pero siempre que se busque la estabilidad de los contratos y se evite la venta a pérdidas al consumidor. No puede ser que nuestros productos se dediquen a trasladar el valor a otras categorías en los supermercados.