Cada uno de los integrantes de la vigésima promoción de oficiales de náutica (año 1968) guarda en su zurrón particular la experiencia de una escuela (hoy facultad) a la que muchos accedían por seguir la tradición familiar, porque les atraía el trabajo a bordo de un buque y el conocimiento de países e incluso porque -al igual que ocurría en el antiguo Magisterio- aprobar la reválida de cuarto curso de bachillerato les habilitaba para el acceso a una carrera, la de Náutica, en cualquiera de sus tres especialidades de entonces (puente, máquinas y radio) sin tener que afrontar el bachillerato superior y el temido preu.

Mañana, a las 12.00 horas, esa XX promoción de la Escuela de Náutica de A Coruña quiere homenajear a todos los marinos de España como reconocimiento público a su labor.

Será en la Escuela Técnica Superior de Náutica y Máquinas. Va a permitir el reencuentro de muchos de aquellos chavales que en sus primeros años de carrera, junto con los estudiantes de Comercio o de Magisterio, protagonizaron huelgas y protestas callejeras que les condujeron a una concentración ante el edificio del antiguo Gobierno Civil de A Coruña, frente al teatro Colón, para hacer patente su disconformidad con el incremento de 20 céntimos de peseta en el precio del billete del trolebús (pasó de 50 a 70 céntimos) que, desde cualquier punto de la ciudad, les dejaba en la entonces Ciudad Escolar, que era lo más parecido a un campus que esa A Coruña de la época podía exhibir. Eso sí: presumía, y con razón, de tener la que todos los marinos de España consideraban como la mejor Escuela de Náutica del territorio español e incluso de muchos países europeos.

Va a ser un reencuentro emocionante. Faltarán muchos más de los que, previsiblemente y por edad, tendrían que hacer oír su voz en este cincuentenario. Son tantos los que se han quedado en el camino que va a ser difícil recordarlos a todos, pero cada uno de los presentes abrirá un hueco en su almario para levantar en él un pequeño altar al amigo ausente (y digo amigo porque hace 50 años no había una sola mujer en el alumnado de Náutica).

Estará Francisco, que se preparaba batidos de Profidén para tomar algo fresco en la habitación cuando la paga no llegaba, momento en el que fumaba cigarros liados con los restos (colillas) de los Celtas que en tiempos de bonanza podía disfrutar casi al completo y sin filtro.

Manolo estará ausente. Es uno de los que perdió el tren de la vida cuando ésta era vivida sin maretones ni pantocazos que anotar en el cuaderno de bitácora de cada momento a bordo. Manolo regalaba a su madre corbatas que, posteriormente, formaban parte de su fondo de armario.

Francisco y Manolo, como muchos otros compañeros, hicieron sus días de mar, navegaron un tiempo o se integraron en el profesorado del centro (¡cómo se temía al profesor Novo, a pesar de que todos reconocían su sapiencia!). Otros pasaron a desempeñar sus funciones en tierra e incluso buena parte de los oficiales de radio lo hicieron desde centros de la conocida como Radio Costera para emitir o recibir comunicaciones en Morse o radio, para controlar situaciones de socorro en la mar (¡cuántas vidas salvadas y cuánta desesperación ante lo imposible del salvamento en días y noches de vigilia!) o para ser la vía por la que la familia transmitía al marino la buena nueva de un nacimiento o la mucho más triste de un fallecimiento.

No estarán, lamentablemente (repito), todos los que son; pero sí serán todos los que estén este 11 de mayo, a las 12.00 horas, en la vieja Escuela de Náutica para certificar con su presencia que la vida del marino, aunque en precario, sigue.

Y que siga muchos años más.