Una pancarta en el puente del palangrero ribeirense Xurelo proclamaba en septiembre de 1981 que Galicia non quere cemiterios nucleares.

Fue un grito unánime que despertó las conciencias de aquellos que, desde pocos años después del fin de la II Guerra Mundial y hasta 1982, vertieron en la fosa atlántica -a 300 millas marinas de la costa gallega- miles de toneladas de residuos nucleares y proyectiles teóricamente inservibles con sus componentes en plena vigencia. Nadie sabe cuánto se vertió y acumuló en esa zona próxima a caladeros en los que pescaba la flota gallega, como tampoco se conoce qué materiales se han vertido; pero se estima que no son menos de 140.000 las toneladas de residuos radiactivos derramados por buques procedentes de Holanda, Reino Unido, Bélgica, Francia, Suiza, Suecia, Alemania e Italia, que consideraron exento de peligro un vertido de bidones (más de 220.000) en cuyo interior se ¿halla? esa basura nuclear que los países que los arrojaron al mar frente a Galicia nunca han querido cerca de sus pueblos y que, a día de hoy, ignoran cuál es su estado.

La Comisión Europea no prevé controlar la radioactividad en la zona de la fosa hasta dentro de dos años y ha reconocido que desconoce cuándo se harán efectivos nuevos estudios científicos que determinen el estado de los residuos vertidos. Estos están lo suficientemente lejos de los ocho países que los arrojaron al mar como para no estar demasiados preocupados por los efectos de un posible escape por rotura o quebranto de los bidones que en teoría los "guardan".

Desde febrero de 1996 está vigente la prohibición de vertidos de residuos al mar, pero Bruselas no ha querido recordar que el Parlamento Europeo consideró en 2007 la necesidad de realizar inspecciones para saber qué se ha hecho hasta el momento.

Finalizaba el verano de 1981 cuando el Xurelo optó por denunciar lo que ocurría con los vertidos. Con sus cinco tripulantes y una decena de políticos, ecologistas y periodistas a bordo, se valió de sus propios medios para localizar los dos buques holandeses que arrojaban al mar su peligrosa carga. Muchos de ellos lo recuerdan claramente. Otros (como el patrón del barco) no pueden contarlo. La UE prefiere dilatar respuestas para que se olviden preguntas. Pero en las puertas de Galicia siguen vivos los residuos nucleares de un cementerio que nunca quisimos.