Un tuit del PSOE fechado el 19 de octubre de 2018 dice, entre otras cosas: "Es hora de que España vuelva a soñar". Supongo que siempre habrá soñadores que depositan en el partido que accede al Gobierno toda su confianza, sus anhelos, sus sueños, y que esperan lo mejor de los suyos, de los que llegan, de los que nada más ser investidos de la autoridad que les confieren los votos, los apoyos -cuando los votos no son suficientes- de aquellos que consideran que el cambio en el Ejecutivo del país es necesario. Por esto soñar es grande.

Pero grande es también el mar y lo que en él realizan los que de él viven. Por ejemplo, los pescadores.

Estos también sueñan. Pero ya están cansados, ahítos de tanta promesa incumplida, ansiosos de soluciones a problemas que se concretan siempre en obstáculos que impiden el desarrollo de su profesión cuando, precisamente desde el Ejecutivo, se les animó siempre al "avante, toda" para construir, remodelar, actualizar sistemas de barcos que se quedaban obsoletos y ahora, tras afrontar todos los desafíos habidos y por haber, se encuentran con la triste realidad de los telones de niebla espesa que la Unión Europea no es capaz de disipar ni con la ayuda de un potente ventilador.

Es hora de que España vuelva a soñar. ¿También en la pesca, también en el trabajo en el mar, incluso a pesar de la enconada lucha contra las decisiones inexplicables, contra el paso adelante para dar un paso atrás como ha hecho recientemente la Administración pesquera española? ¿Se puede soñar así? ¿Hay realmente motivo para soñar o lo que tenemos a proa no es sino una pesadilla de la que, como mal sueño que es, no somos capaces de despertar, de dejar a popa?

Con el PSOE en el Gobierno se abrió un sueño en 1986. Con el mismo PSOE, en muy poco tiempo, el sueño se convirtió en pesadilla de la que tampoco con el PP al frente del país el sector pesquero fue capaz de despertar.

Volvió el PSOE de los sueños y le siguió el PP de las realidades intrínsecas porque, al parecer, no está en sus manos dar a la pesca española -por su importancia, a la pesca gallega- lo que a esta corresponde, al menos en la medida que Bruselas otorga compensaciones a los que más gritan en el coro de las lamentaciones comunitarias, sin caer en la cuenta de lo que William Shakespeare dijo en su día: "Los gritos son el arma de los cobardes, de los que no tienen la razón".

Porque ni el grito ni la exigencia son las armas de la razón. Y menos cuando ni siquiera el grito está basado en hechos.

España, Galicia, no gritan. Tal vez aquí radican sus males en el sector de la pesca. Ni siquiera somos para Bruselas un país equiparable a un conjunto de islas que flotan sobre los lomos de los peces que convierten en harina de pescado porque la Unión Europea es generosa con ellas y sus escasos habitantes.

¿Se habría equivocado Shakespeare, o es que la invitación del PSOE a que España vuelva a soñar es otro mal sueño?

En Galicia miramos al Atlántico y al Cantábrico para seguir soñando hasta que de la capital belga venga otro varapalo.