Un amigo me ha enviado un reportaje gráfico en el que se visualiza la captura de una cría de tiburón ballena que, al parecer, agonizaba en el mar. Muerto el escualo, los pescadores que lo izaron a bordo procedieron a abrir su estómago tratando de conocer qué le había provocado la muerte. De la "bolsa" estomacal pudieron extraer varias bolsas de plástico que el tiburón había ingerido y que, sin duda, fueron las causantes de la larga agonía del animal y, consecuentemente, su muerte.

Son imágenes impresionantes que sobrecogen, incluso, a aquellos que filan y proceden a vaciar el estómago del escualo. He llegado a contar hasta seis bolsas de plástico de buen tamaño perfectamente ubicadas y, por tanto, ocupando un espacio vital del joven animal marino. Supongo que impedirían la alimentación habitual del tiburón, engañado por unos plásticos similares a especies animales básicos en su sustento. Pero esto parece no importar demasiado. El plástico sigue llegando al mar y los animales marinos son los primeros en pagar con sus vidas los excesos que los humanos cometemos en tierra y en la totalidad de los océanos de la Tierra.

Hasta tal punto es así que las universidades de Exeter y Plymouth han dado a conocer un estudio resultado del análisis de más de un centenar de tortugas marinas del Pacífico, el Atlántico y el mar Mediterráneo, en cuyos estómagos localizaron microplásticos, una epidemia que parece imposible erradicar.

En las tortugas del mar Mediterráneo es donde más partículas de plásticos han hallado. Proceden de las prendas de ropa (principalmente del poliéster), neumáticos, filtros de cigarrillos o redes de pesca desintegradas. Pero además estos pueden tener su origen, apunta Greenpeace, en objetos mucho más cotidianos como botellas, bolsas u otro tipo de envases y envoltorios que usamos en nuestro día a día y que, una vez en el mar, se van rompiendo en trozos cada vez más pequeños por acción del viento, la luz del sol o el oleaje.

Los cálculos realizados por los especialistas apuntan a más de 170 especies marinas en cuyo interior hay partículas -cuando no bolsas enteras- de plástico: desde ballenas que acaban muertas en nuestras costas con kilos y kilos de plástico en su estómago, hasta las tortugas marinas que pueden ingerir microplásticos e incluso ahogarse al confundir las bolsas de plástico que flotan en el mar con su alimento favorito, las medusas.

Pero los terribles efectos de los microplásticos van más allá de la vida marina: existen evidencias científicas de que se transfieren a lo largo de la cadena alimentaria y pueden llegar hasta nuestros platos.

Además de la acción ciudadana para evitar el uso de las bolsas de plástico y otros adminículos que los contengan, las grandes empresas deben modificar también su producción reduciendo la de plásticos de un solo uso. La previsión para el año 2050 apunta a que se cuadruplique dicha producción.

En España se ha decretado el cobro de las bolsas de plástico que se suministran en supermercados, tiendas, farmacias, etc.; pero la reducción del uso de ellas es mínima y lo que se ha conseguido hasta el momento no es sino el ingreso en esos centros de cinco céntimos por cada bolsa expedida.