No sé, a ciencia cierta, qué decisión tomará el Instituto Social de la Marina en relación con las cuotas a satisfacer por los trabajadores del mar considerados autónomos, a los que se incrementan notablemente los pagos a realizar para, cuando corresponda, poder acogerse a una pensión de jubilación siempre insuficiente.

Los trabajadores que cotizan en el Régimen Especial del Mar (REM) tampoco tienen claro su futuro en los que atañe a los beneficios que les otorga, en teoría, la aplicación de un coeficiente reductor que les permite una jubilación anticipada que, en muchos casos, no da derecho a la íntegra percepción del cien por ciento de la pensión correspondiente.

El "edadismo" al que hace referencia el título de este artículo, es la tercera forma de discriminación que aplica la sociedad a una parte considerable de sí misma y se sitúa por detrás del racismo y el sexismo.

Naciones Unidas lo contempla sin disimulos como discriminación o maltrato a las personas mayores en el marco de la violación de los derechos Humanos Universales, porque el "edadismo" no es sino un estereotipo negativo de la vejez, el reconocimiento del game over o el juego finiquitado.

Y, aún así, el profesional de la mar quiere acabar cuanto antes con su vida activa para, al amparo de una pensión escasa, saborear el sedentarismo que le conducirá a lo que nunca ha sido: un contramaestre de muralla que todo lo contempla pero que no interviene en nada.

No descubro nada nuevo al hablar de la dureza del trabajo en la mar, especialmente en el sector de la pesca y el marisqueo. Los hombres y más mujeres que desarrollan esta actividad lo hacen habitualmente, durante muchos años: más de las tres cuartas partes de su vida.

Por ello claman por una jubilación y echan mano a los coeficientes reductores „con todo el derecho que les corresponde„ para adelantar en lo posible „como mínimo a los 60 años„ la despedida a la pesca para, ya en tierra, dedicarse a pescar en su gamela, su dorna, su lancha con motor fuera borda y seguir percibiendo el balanceo mientras alista una línea que le permita recordar sus tiempos de marinero activo lejos, eso sí, del parque de pesca de su barco de toda la vida.

Prisa por jubilarse cuando, sin embargo, el marinero de 60 años tiene todavía mucho que decir en el sector. Su experiencia es impagable y sería bien recibida, estoy seguro, por los alumnos de las escuelas de formación náutico-pesquera, más allá de las enseñanzas que el claustro de profesores puedan inculcar en el alumnado. Tal vez sean ellos, los que buscan la acogida en una pensión de mil euros o menos, los mejores maestros para encaminar a las nuevas generaciones hacia el ansiado relevo generacional, al tiempo que ponen freno a ese edadismo denostado que para nada queremos más allá del reconocimiento efectivo de lo que ha sido nuestra tarea de cada día y antes de que la parca nos lleve a un confín del que nadie ha vuelto hasta ahora.

¿Qué tal si cambiamos el modo, el sistema, el cómo por un bien aprovechado tiempo de ejemplo, de enseñanza, de intercambio generacional para hacer del mar algo más que un nicho de suspiros?

Porque está claro que haber cumplido los 65 años no es un certificado de inutilidad.

Proclamo, que diría Antonio Fraguas (Forges).