Cuando un bañista es sorprendido hurgando en la arena y metiendo unas almejas o berberechos en un bolsillo, lo primero que suele decir es que porque él coja media docena de piezas no se va a acabar el mundo. Sin embargo, ese poco marisco multiplicado por muchos miles de turistas provoca que a final de año las cantidades de bivalvos extraídos ilegalmente de las concesiones se disparen.

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