Ahora es cuando vamos a saber qué quiere ser José Blanco de mayor. Seguro que dentro de muchos años le seguirán llamando Pepiño, porque en casos como el suyo, cuando tiene unas ciertas connotaciones, sean cariñosas o peyorativas, el apelativo se convierte en un sanbenito y cargas con él hasta el fin de tus días. No importa la edad que tenga, ni la posición que ocupe. Al de Palas nadie le llamará nunca Don José, si no es con sorna. Presida la Xunta o el gobierno de España, será Pepe sólo entre los más próximos, entre los suyos, que son los primeros interesados en saber a qué va a jugar, ahora que a la fuerza tiene que descubrir sus cartas.

A Blanco la crisis lo pone en un brete, como a todos los gestores públicos. Escasean los recursos, no hay dinero para todo y hay que priorizar. He ahí la prueba del nueve. Imposible cumplir lo comprometido, y no digamos lo simplemente prometido. Es preciso replantearse las inversiones de su departamento. Reprogramación, ese es el eufemismo elegido para desdramatizar el tijeretazo inversor. Se hará cuanto estaba previsto hacer, pero muchos proyectos quedan aplazados. Importantes infraestructuras habrán de esperar y hay que decidir cuáles.

Por sus hechos los conoceréis. En función de qué obras se prioricen y dónde, de ahí podremos sacar conclusiones. Hasta ayer, como quien dice, el ministro podía aparecer como un auténtico rey Midas. Por donde quiera que iba -sólo hay que repasar la prensa local- prometía el oro y el moro. Todo y pronto. Nadie en Galicia, en Cantabria, en Canarias o en Andalucía llegaba a preguntarse por qué con Blanco era posible, incluso fácil, lo que sus antecesores denegaban y retrasaban sistemáticamente por razones presupuestarias. Parecía que la crisis era ajena a las arcas de Fomento.

Con el recorte presupuestario encima de la mesa, cada autonomía, cada ciudad, mirará de reojo a la de al lado, por aquello de los agravios. Con las decisiones que tome, sacar de aquí o de allá, Blanco se retrata como político. Vamos a saber en qué división decide jugar, en Primera o en regional. Lo que no se duda es que, mientras el cuerpo aguante, seguirá en la política activa, porque es lo suyo. Y con la máxima ambición, que no tiene por qué llevarle a ambicionar lo máximo, sobre todo si el horno no está para bollos. A veces lo más prudente es replegarse o dar un rodeo, para no arriesgar demasiado.

Si apuesta por suceder a Zapatero, como creen muchos en Madrid, la gran perjudicada será Galicia, porque no mantendrá la discriminación positiva del Pacto del Obradoiro. En ese supuesto, intentará ser ecuánime y, si acaso, beneficiar a los caladeros tradicionales del voto socialista, que encima son las comunidades donde las infraestructuras resultan más rentables, tanto desde el punto de vista económico (porque generan mayor riqueza) como social (dan servicio a más gente).

Pachi Vázquez parece convencido de que Blanco no le fallará a Galicia. Confía en él como en el primo de Zumosol. El líder de los socialistas gallegos pone la mano en el fuego por su amigo Pepe, su mentor y su casi único valedor. A lo mejor es que no le queda otra. Las circunstancias no dejan margen de maniobra. Si la comunidad gallega se ve especialmente damnificada por la reprogramación que ultima Fomento, el PSdeG y Vázquez pagarán las consecuencias. La ciudadanía les pasará a los socialistas la correspondiente factura por haber generado una expectativa que no se podía cumplir. La Xunta y el PP se encargarán de que este aldraxe no salga gratis.

Así las cosas, egoístamente visto desde Galicia, lo mejor sería que Blanco decidiera desembarcar en su tierra. Apenas notaríamos el temido recorte. O sea, que todos saldríamos ganando en lo que de verdad importa. Los perjudicados: Pachi y Feijóo. El uno habría de dejarle su sitio y el otro tendría que vérselas en las urnas con un rival de verdad. A día de hoy, enfrente sólo tiene sparrings.

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