Preparo, en un día como hoy de agosto, un par de charlas que me han encargado sobre el atractivo título que pongo en el artículo. "Transformar la sociedad", ni más ni menos. Será para un foro masivo y juvenil que, en los próximos días, abarrotará Compostela. Todo un reto hablar de cambios y futuro a los que serán, sin ninguna duda, los protagonistas de las siguientes etapas de esta sociedad.

Lo cierto es que, en la vida, todo es cambio. Siempre fue así y siempre será. Ya Heráclito de Éfeso, por citar al clásico, insistió en ello. Partiendo de aquí, una primera consecuencia lógica es que la dinámica social está en constante transformación, y nunca se para. Lo interesante es aprovechar esa fuerza interior de la sociedad para dotarla de sistemas de protección y refuerzo que mejoren las oportunidades de cada uno de sus componentes. Y no sólo por una simetría de lo más elemental, sino porque sólo contando con todas las personas se puede articular un proyecto verdaderamente triunfador.

Y es que ya saben que soy de los que creen que una sociedad más justa está llamada a ser más exitosa. Conozco realidades donde todo se somete a la ley del más fuerte. Son sociedades corruptas y alambicadas, donde las oportunidades están muy relacionadas con la filiación de cada uno. Creo sinceramente que, aprendiendo de la Historia, es fundamental consolidar procesos de universalización de servicios básicos, y de acceso real a educación y sanidad de calidad, así como a infraestructuras relacionadas con la calidad de vida y el desarrollo integral de la persona. A partir de ahí una sociedad crece y se desarrolla. Una sociedad madura y mejora, y da oportunidades a las personas.

Para que el colectivo entre en este proceso de creación de valor social, hacen falta dos cosas. Por una parte, una ciudadanía activa, que tenga la capacidad de generar debate, aglutinar y canalizar la efervescencia del cambio y trasladarlo a la agenda política, articulándolo a través de las vías naturales de participación. Por otra, estados eficaces, dotados precisamente de estos mecanismos de incorporación de estas inquietudes, de consolidación democrática, de control y también de transparencia. Con todo, este binomio -ciudadanía activa y estados eficaces- ha demostrado ser el mejor antídoto contra los extremismos y las radicalidades, la intolerancia, la dilapidación de los recursos, la exclusión y la marginalidad. No cabe duda de que sólo así se puede cambiar el mundo, combinando la acción ciudadana y el compromiso y rigor de un Estado -que somos todos y todas- que le dé soporte.

¿Cambiar el mundo? Sí, claro. No se trata -seguramente- de grandes cambios radicales, pero sí de los ajustes necesarios -algunos importantes- que permitan detener la espiral de marginalización a la que se ven abocados seres humanos como usted y como yo. Es intolerable que, pese a la pompa y las declaraciones de intenciones, las personas sigan muriendo de diarrea o de hambre. Que muchos niños y niñas no hayan ido jamás a un colegio en condiciones. O que, más en clave local, la dinámica económica pivote sobre una mayor concentración de la riqueza y una destrucción del tejido económico medio. Tenemos mucho que hacer, y estrategias claras que seguir, y para eso hace falta que haya debate en la calle, y que las personas cojan por los cuernos el toro de su vida diaria. De la suya y de la de los demás.

Por eso estoy asustado. Antes ya había personas que no participaban, por ejemplo, en la vida democrática. Pero ahora son más, incluyendo a individuos con larga trayectoria de participación social y ciudadanía activa, las que se reafirman en un total desencanto por lo público. No ya por lo político, que claramente sí, sino por todo lo colectivo. Y esto sí que es un riesgo en términos de gobernabilidad y de consolidación de un espíritu democrático que es absolutamente indispensable para vivir en paz. Renunciar a que estemos todos y todas alineados en ello implica un deterioro rápido de la institucionalidad y de poder usar el cambio con fines verdaderamente sociales. Y no nos lo podemos permitir. Y menos ahora.

Transformar la sociedad. Introduciendo medidas concretas que nos protejan de malas prácticas y abusos y que, al tiempo, nos motiven a ser cada día mejores. Individualmente, por supuesto, y también como grupo en un mundo que, antes o después, nos pasará factura si no pensamos en colectivo, con generosidad y rigor, con inteligencia y perspectiva y, sobre todo, con grandes dosis de valentía y trabajo en equipo. Por encima de los intereses particulares.

jl_quintela_j@telefonica.net