El Adviento como etapa inicial de un nuevo ciclo, es época muy propicia para acercarse a las sagradas escrituras y eso hice, hace unos días, con el evangelio de San Marcos. Al profundizar en la lectura de los evangelios y constatar su largo proceso formativo se percibe que son escritos posteriores a la creación de la Iglesia primitiva y que recogen la fe en Cristo que revela el proyecto divino de salvación para todos los hombres; por ello, los evangelios no deben leerse como crónicas de historia o reportajes que recojan, puntualmente, los detalles de la vida de Jesús, pues más que una historia, son un repertorio, más o menos ordenado, de testimonios de fe en Cristo.

Los evangelios canónicos son cuatro: el de San Mateo, llamado primer evangelio, es el más extenso y el más utilizado en las celebraciones eclesiásticas; el segundo evangelio, redactado por San Marcos, es el más antiguo y el de menor extensión y en el que aparecen con más intensidad los rasgos humanos de Jesús fue utilizado por los otros como fuente de inspiración junto con algunos listados de dichos y sentencias de Jesús; el evangelio de San Lucas es el texto que diseña un camino completo de salvación y tiene una continuación en los Hechos de los Apóstoles, donde Lucas relata la primera historia de la Iglesia primitiva. Los tres primeros evangelios se denominan evangelios sinópticos por su enorme parecido y porque en su redacción se utilizaron fuentes muy similares; otra cosa es el evangelio de San Juan, llamado cuarto evangelio porque se redactó a fines del siglo primero, que es el más independiente desde el punto de vista literario y el que con más fuerza tiende resaltar los aspectos divinos de Jesús, ignorando algunos matices terrenales. Este cuarto evangelio contiene, en su interior, un repertorio de siete evangelios en pequeño que transmiten igual mensaje: que Jesús hijo de Dios vino al mundo, murió y resucitó para mostrar el camino a los hombres. Dicen que mientras los sinópticos son como un camino por valles y suaves colinas, el evangelio de Juan es como una aventura por entre riscos y profundos barrancos, haciendo referencia al carácter abstracto y teológico que esconde. Además de todos ello, también hay otros evangelios apócrifos, que no tienen carácter de texto revelado pero son texto que nos hablan de la vida y hechos de Jesús.

Los evangelios fueron escritos en el último tercio del siglo primero con escritos y recopilaciones que fueron utilizados para la predicación en diferentes comunidades de la Iglesia primitiva y hoy en día ha perdido importancia la cuestión relativa a verdadera identidad de sus redactores.

Al leer estos venerables textos cabe preguntar si la presentación de Jesús que nos muestran, responde a lo que éste fue en la realidad; se trata de una pregunta que no por muchas veces repetida ha dejado de interesar; es decir, si a través del evangelio puede captarse la figura histórica de Jesús, su biografía; en otras palabras, que es lo que hay, en los textos evangélicos, de realidad histórica, de creación del redactor o de las ideas surgidas en la iglesia primitiva. Hasta el siglo dieciocho se tuvo a los evangelios como textos plenamente históricos en sentido literal de la expresión; pero, a partir de los años veinte del pasado siglo, el teólogo alemán Rudolf Bultmann rechazó esta interpretación tradicional, estableciendo un nuevo método de interpretación de la Escritura consistente en aplicar la teoría de la desmitificación para conocer a Jesucristo, dando importancia, únicamente, al mensaje recogido por la Iglesia primitiva. Sin embargo las tendencias teológicas más actuales permiten concluir que, a través de los textos evangélicos, es posible acceder al Jesús real de la historia, pues aunque no se trata de textos históricos si que constituyen una relectura de la vida de Jesús a la luz de su resurrección; no obstante al acercarse al evangelio, poco a poco se percibe que lo esencial, para captar el profundo mensaje que contiene, sigue siendo la intención de creer con buena fe.