El valor que para nosotros pueda tener la gesta de Malala, la adolescente tiroteada por los talibanes por defender el derecho a la educación de las mujeres, no es el del ejemplo, sino el del bochorno. En Occidente la conquista de ese derecho nos queda tan lejos que parece formar parte de la naturaleza. Sin embargo, no hace tanto de ello, y aún viven muchas mujeres que no pudieron estudiar por la violencia soterrada de la cultura patriarcal, que las condenaba a la única función de madres reproductoras. Nuestro modo de vida es muy reciente y tan frágil como reciente. El bochorno que el caso Malala debería provocarnos viene de que no apreciemos bastante lo que tenemos, reaccionemos como fieras ante cualquier retoque en su formato, ignoremos el inmenso potencial liberador de la cultura y derrochemos la oferta educativa y cultural como si fuera un recurso barato, universal e inagotable.