Les deseo un muy buen día. Espero que todo les vaya bien en este mes de agosto, que enfoco de una forma más positiva una vez que la lluvia ha querido venir a visitarnos, obsequiándonos con su preciado regalo en forma de oro líquido. Ha estado bien, pero hará falta mucha agua aún para compensar toda la que no ha caído en los meses previos. A ver... En eso estamos...

Mientras, este tiempo —de solaz y reposo casi generalizado y, a la vez, de desenfreno en determinados sectores— va salpimentándose con diferentes incidencias que, por lo que sea, adquieren protagonismo mediático. Una de ellas ha tenido lugar con una de esas personas en ocupaciones de nuevo cuño —influencers, youtubers, tiktokers, instagrammers, etc.— que en algunos casos la posmodernidad ha encumbrado a la categoría de chamanes. Y que, al margen del episodio concreto, a mí me indican una vez más que la sociedad debería pensarse ciertas cosas.

¿Cuáles, me dirá usted? Pues creo que todas las que tienen que ver con la aportación real de cada uno al conjunto, la honestidad de su propuesta y, sobre todo, su calidad en términos humanos y de contenidos. No voy yo a analizar el presunto incidente del youtuber al que me refiero en un local de hostelería de Vigo, porque no me corresponde y porque no estaba allí. Pero, en cambio, a partir del mismo puedo preguntarme cuál es la deriva y la agenda oculta de muchos de esos contenidos que entretienen y que a la vez hacen prescripción social, en un entorno de feedback negativo, crítica o loa en función de otros intereses. Porque todo eso, ténganlo claro, haberlo “hailo”. Está presente en los bots que nos apoyan o intentan destruir en la red, y que todos los que estamos algo expuestos hemos vivido alguna vez y, también, en el trabajo de quien rompe determinadas reglas para ganar tráfico y, por tanto, participar a cualquier precio en los pingües beneficios, a partir de la publicidad, que distribuyen hoy las redes sociales. Y, muy en particular, en muchos de los contenidos que se expanden de forma viral, a alta velocidad, en todas ellas.

La pregunta es la de siempre... ¿Vale todo? Y mi respuesta, que he ensayado con ustedes en muchas más ocasiones, es que no. Por lo menos para mí. Ya me dirán qué piensan ustedes. Pero hoy es más fácil que nunca el descrédito y hasta la calumnia, a partir de intereses espurios. No hace falta más que ver, por ejemplo, ciertas reseñas de supuestos clientes de determinados restaurantes, sector especialmente castigado por tales prácticas, para darse cuenta de ello. Y es más fácil porque hoy cualquiera de nosotros, con un dispositivo y una conexión a internet, tiene un altavoz magnífico para decir cualquier cosa. Y como la falta de criterio o de voluntad de comprobación de las mismas son patentes, “aviados estamos” porque, ante semejante panorama, hay quien no tiene duda alguna en explotar tal vulnerabilidad. A veces por propio “ego” o por despecho ante alguna situación vivida y que ha generado frustración. Y otras, directamente, con ánimo crematístico o pecuniario. Es triste, sí. Pero es “lo que hay”.

Es por todo ello que creo que hay que reflexionar ya no sobre actitudes o prácticas concretas, sino sobre el papel de esos nuevos roles de influencia social desmedida, sin filtros y sin un indexado en función de su nivel de confianza o del conocimiento aportado. ¿Que a ustedes les parece un mundo un tanto residual y pequeño? Pues no es así. Párense a analizar los muy importantes volúmenes económicos en tales ámbitos o, a nivel inspiracional, a ver cuántos de nuestros niños y jóvenes afirman claramente querer dedicarse a ello. Los resultados son abrumadores, en una actividad a mi juicio un tanto sobrevalorada y cuyo valor aportado es, en muchísimos casos, bajo o muy bajo. Pero que, en cambio, tiene en ocasiones consecuencias para los sectores verdaderamente productivos, que incluso a veces pueden llegar a ser de gran virulencia. Y, para ejemplo, el botón de lo acaecido en Vigo. ¿O no?

En fin, aquí me quedo... Sigo deseándoles lo mejor, como siempre. Y ya saben, cuando vayan a comer la croqueta, la empanadilla o la tortilla piensen dos veces qué publican o qué no sobre ello. Yo, para curarme en salud, nunca he escrito reseñas ni hago caso a las mismas. Y es que, con mi mente racional y científica, soy de los que han de medir personalmente para poder opinar o, al menos, utilizar datos certificados como de gran fiabilidad. Una actitud que, creo, contribuye a desmontar directamente todo el castillo de naipes de muchos de esos intentos de influir, a veces con mala praxis y peor idea. O con un interés oculto que, a mi juicio, puede llegar a invalidar todo lo que se diga. Ya me dirán...