Opinión | Solo será un minuto
Ya viene el reno eléctrico
Hay quien desiste de contagiarse de la alegría como reclamo comercial, de la felicidad obligada con lacito de regalo, del buen rollo higiénico para derrochar empatía y exhibir buena vecindad. Hay quien evita las luces colgantes que convierten las urbes en zona selfie, las musiquitas de letra pegadiza a varios plazos y las comilonas sin fin con sonrisas a todo trapo. Hay quien da la espalda a los jolgorios desenvueltos y planta mala cara a los buenos propósitos con fecha de caducidad temprana, seres agobiados por los anuncios perfumados con frases pomposas en inglés, ahogados en ríos de papel de aluminio y hasta el gorro del ídem de colorines, fugitivos de los renos y los crismas digitales reenviados, atragantados por los ritos campanudos y la turra y los turrones, hartos de que el décimo no deje ni la pedrea y de que el angelito de ¡Qué bello es vivir! se gane sus alas. Y hasta las narices de esos programas de música enlatada en aceite de olvida.
También hay quien echa de menos disfrutar de esos momentos como cuando era consciente de su inconsistencia vital, y asume que no pasa nada por hacer de tripas polvorón de vez en cuando. Solo que un día la tristeza puede presentarse sin ser invitada si hay ausencias que lo llenan todo, y cuesta escapar de los efectos secundarios de ese placebo que intenta hacer creer que la vida es un cuento con muchas perdices sin perdigones.
Y los recuerdos infantiles de cuando se era ingenuo espolvorean sobre la memoria la nieve embolsada, la purpurina de mañanas felices, los nervios de la noche anterior tras dejar leche y galletas a los Reyes Magos, esos monarcas casi eméritos a los que ahora pisa las capas un mensajero orondo que viaja en trineo híbrido tirado por renos eléctricos. Jou, jou, jou.
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