Opinión | El correo americano
La pregunta
El historiador Jon Meacham advertía en Firing Line que el hallazgo de documentos clasificados en un despacho privado de Joe Biden no solo erosiona la reputación del presidente, sino que neutraliza las críticas a Donald Trump, quien “también” se quedó con unos papeles oficiales que no eran suyos. Lo que se trasladará a la gente, al final, es que “todo el mundo lo hace”. A pesar de las diferencias significativas entre ambos casos (Biden está dispuesto a colaborar con la justicia, mientras que Trump se negó a admitir que tenía esos documentos y pretendió retenerlos), lo que puede conducir a escenarios legales disímiles, políticamente será difícil distinguirlos.
Meacham, sin embargo, añadía que, en el caso de que finalmente ambos sean los candidatos a las elecciones presidenciales de 2024, el presidente no tendrá nada que temer si los ciudadanos reflexionan sobre a quién deberían confiarle el destino de su país y de sus familias. Puede que el relato de los demócratas en la campaña electoral se aproxime a lo que sugiere el historiador (Meacham, autor de unas biografías excepcionales de Thomas Jefferson, Andrew Jackson y Bush padre, también ayudó a redactar varios discursos del líder demócrata). Con todos sus errores y carencias, sobre todo para nuestros acelerados tiempos, Biden es un gobernante experimentado, responsable y educado. Pero esas virtudes perdieron su valor electoral desde el cambio de paradigma que se produjo en 2016.
Mostrarse respetuoso y empático con el adversario ahora equivale a claudicar ante los tiranos de la corrección política y la experiencia no significa más que años de complicidad con el oscuro deep state. No hay más que observar el comportamiento de las nuevas estrellas del Partido Republicano, que desprecian la tradición de sus cámaras legislativas; triunfan en la política presumiendo de no tener nada que ver con la política.
De la historia nacional, además, solo parece interesarles el periodo fundacional y revolucionario, observado con una idealización infantil, al cual le otorgan un sentido bíblico. De ese modo, quienes no piensan como ellos se convierten en unos infieles, en unos traidores, en unos antiamericanos que nunca han comprendido ni asimilado “la verdad” de la Constitución.
Hace unos años, un candidato, por muy carismático que fuera y muy preparado que estuviera, podía descartarse inmediatamente de la carrera electoral si no ofrecía una respuesta lúcida a la pregunta de por qué quería ser presidente. Esa repuesta, ahora, no cuenta para nada, claro, pues muchos votantes esperan que sus líderes se expresen como se expresan ellos.
“Que no sean mejor que nosotros, sino como nosotros”. De ahí que el momento populista que vivimos le proporcione una importancia trágica a la reflexión de Meacham. El historiador, en un entrañable wishful thinking, se ha planteado, ay, una pregunta de adultos.
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