Opinión | LA PELOTA NO SE MANCHA

El Dépor y Óscar Cano ya no tienen excusas

Óscar Cano en Riazor

Óscar Cano en Riazor / CARLOS PARDELLAS

Lleva el Dépor toda la temporada desplegando un muestrario de excusas. Amplio, variado, ¿convincente? Que si el luto, que si los fichajes por acoplar, que si la presión y la exigencia de jugar en el Dépor y en Riazor, que si llega un entrenador a una plantilla tocada, con déficit de puntos y que no hizo él... Infinitas. Se han ido mezclando unas y otras, por momentos alguna tuvo más peso y, entre todos y todas, han abocado al equipo y a la entidad a una especie de agotadora resistencia y a la afición a entregarse a un estoicismo que le exaspera pero en el que sabe que está atrapado. Así fue deambulando, sobreviviendo como pudo el Dépor, pero la llegada de febrero y todo lo que ha ocurrido en las últimas semanas han cambiado el panorama para todos los protagonistas de esta historia con final abierto.

Más que por los últimos segundos en San Fernando, hay que preguntarse por qué no mereció ganar en 94 minutos

Al vestuario hace tiempo que se le acabó la coartada de lo que ocurrió ante el Albacete. Dolerá toda la vida, nadie lo duda, pero ya no es paralizante, ya no ocupa zonas ingentes de su cabeza. Más cuando el equipo se desenvuelve en el lugar del crimen, en Riazor, a un nivel excelso, superior al que ofrece cuando supera A Pasaxe. Es endémico lo que ocurre fuera de casa y tiene que ver con las carencias del equipo en determinadas facetas del juego y con cómo se adapta a los escenarios que rascan. Mucho se ha hablado y muchos ríos de tinta han corrido sobre el último minuto en San Fernando en el que un grupo, en teoría, cuajado volvió a mostrar bisoñez y en el que un entrenador hizo un cambio cogido con alfileres apostando por un fichaje que ni había pasado por A Coruña y que aún tenía un pie en la escalerilla del avión. Indigna, enfada. Claro, pero quizás habrá que detenerse en por qué el equipo no mereció ganar en el compendio de los 94 minutos anteriores.

Jugó Saverio con un pie en la escalerilla del avión y sin estar listo. Los minutos no cuestan igual para todos

Ahí siguen quedando a deber los jugadores y Cano. Unos por seguir siendo anticompetitivos, por estar lejos de los que se le supone, y el otro por no llegar a su plantilla, por no haberle hecho cambiar sin el abrigo de Riazor cuando lleva tres meses y medio en A Coruña. El equipo es mejor que en octubre, pero no le llega y no le va a llegar para subir de manera directa, sobre todo, por la cara que muestra cuando deja la ciudad.

Ya con sus fichajes y regalando puntos, al técnico se le agotan las excusas. A él y a la secretaría técnica y a la directiva

El técnico es el primero que anhela esa metamorfosis que sigue sin llegar. Hace unas semanas se encomendó a los fichajes y ya los tiene y ya los puso. A Lucas era imposible no alinearlo y menos mal que el equipo coruñés lo firmó el 31 de diciembre, porque a estas alturas podría estar tocado y hundido en su lucha. Lebedenko, Saverio y Pepe Sánchez aún estaban aprendiéndose los nombres de sus nuevos compañeros y ya estaban sobre el césped. La apuesta por el ucraniano y su partido no admiten ni el primer pero. Llega con ritmo y tuvo la tarea más complicada lidiando con Biabiany. Cumplió. Apuesta interesante, va a ser un fijo. Por delante de Raúl. Al tiempo. La salida del central al campo del San Fernando y todo lo que ocurrió en esos segundos fatídicos no le pueden dejar marca, más allá de su desgracia de salir en la foto y de convertirse en un daño colateral de una situación profundamente mal gestionada por todos. Pero, en cambio, Saverio no estaba para jugar. Se notó en los primeros lances. Sobrepasado, fuera de sitio, parecía incapaz de subirse en marcha. “Le ha costado porque llevaba mucho tiempo sin jugar y consideramos que si lo queremos enganchar, tiene que tener minutos”, aseguraba después el técnico, mientras Zalazar jugaba por delante de Soriano y Yeremay y Narro se eternizaban en el banquillo. El balear se cansó y pidió irse. Comprensible. Su salida no es la de un jugador más, es la del prototipo de futbolista que buscaba la secretaría técnica hace dos años cuando llegó a la plaza de Pontevedra: jóvenes con talento y experiencia en la categoría a los que se les brindaba Riazor para explotar y subir y crecer juntos.

El día de mañana

Profundiza Cano con la política de tierra quemada, de poner un socavón entre la gente de confianza y la, a su juicio, más prescindible, justo a la que deberá recurrir en algún momento de aquí a junio. ¿Y entonces le valdrán? Hasta ahora contaba con 13 jugadores en una de las plantillas con más presupuesto, en un club que puede elegir en la categoría. Con los fichajes serán algunos más, otros se perderán por el camino. Los minutos de juego no valen lo mismo para cada jugador del Dépor. No lo pagará él, lo pagará el club cuando se vaya. En junio o más adelante, con ascenso o sin él. A Coruña quiere volver al fútbol profesional, se lo merece, también construir, sentir que empuja para algo, no solo a ciegas, como hace últimamente. Y ciertos gestos, algunos tratos, también a la cantera, les alejan de quien dirige a su equipo. En el banquillo y en los despachos. No solo es una cuestión de decisiones dudosas de un entrenador, de que vaya con cerillas a las ruedas de prensa, es mucho más, es pertenencia, un camino, dejar de dar tumbos, de vivir al día. Nada nuevo bajo el sol. Por desgracia.

Ya con los jugadores que quiere y que va a alinear, ya a cuatros puntos del líder pero por fallos propios, ya con la carta marcada de un Lucas que no pertenece a esta categoría, Cano va al límite en la lucha por ascender, transita por un alambre que ya no es heredado, es también suyo. Y de los jugadores y de la secretaría técnica y de la directiva. Las excusas ya no valen nada.

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