Opinión | Hoja de calendario

La pobreza mata

La zona donde acaban de producirse destructivos terremotos en Turquía y Siria es de alta sismicidad ya que colisionan en ella varias placas tectónicas muy activas, entre ellas las de Anatolia y la Arábiga. Prueba de ello es la reiterada acción de los terremotos frecuentes, que deja saldos dramáticos de decenas de miles muertos cada varias décadas.

Las televisiones de todo el mundo han retransmitido escenas dantescas: innumerables edificios turcos de varios pisos y apariencia moderna se han hundido como castillos de naipes, aplastando lógicamente a la mayoría de sus ocupantes… La búsqueda de supervivientes con perros adiestrados (han viajado fuerzas española de la Unidad Militar de Emergencia y bomberos de varias comunidades autónomas) es muy difícil, y apenas cabe esperar que se rescate a un puñado de afortunados. La mortandad será escalofriante.

Lo chocante y desgarrador del caso es que, como han comentado los expertos, si estos terremotos de intensidad máxima 6,8 en la escala de Richter se hubieran producido en Japón, donde se aplican desde hace mucho a la construcción una serie de normas sismorresistentes, no hubiera habido prácticamente víctimas. Lo que significa que los países ricos ya sobreviven a unas catástrofes que todavía arrasan los territorios de los países pobres. Y puesto que se conoce perfectamente dónde están las zonas sísmicas del mundo, se podría evitar esa cuota anual de víctimas si se invirtiera lo suficiente en ellas aplicando las reglas pertinentes a la construcción. La pobreza es, en fin, destrucción y muerte. Y este es el desequilibrado mundo en que vivimos, que ni siquiera tiene conciencia de su propia vulnerabilidad.

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