Opinión | Shikamoo, construir en positivo
Contrastes
La Humanidad es contradictoria, por naturaleza. Y supongo que ello es así porque la misma no deja de ser la suma de muchas personas individuales. Esto es, de un gran número de voluntades, sentimientos, intereses y visiones donde cierto grado de contradicción, menor o mayor, está siempre presente. Por eso el resultado implica siempre un determinado nivel de paradoja. De una probada capacidad de realizar las más grandes hazañas, por ejemplo, al mismo tiempo que se cosechan las peores miserias personales y colectivas. Esto, que ya tendría que tener superado a estas alturas, no deja de sorprenderme.
Escribo el párrafo anterior, incluso antes de saludarles, porque esta es la sensación que me queda en estos días de febrero, en los que coinciden en el tiempo dos grandes episodios de sufrimiento y destrucción. Dos realidades muy diferentes pero con un denominador común: el importante impacto en quien lo padece. Por una parte, la terrible concatenación de temblores de tierra en Turquía y Siria, que lleva ya a una nómina provisional de más de veinte mil fallecidos, y que ha destruido importantes áreas en tales países. Por otra, la invasión de Ucrania por parte de Rusia, presente ya desde hace muchos meses pero en un momento en que las hostilidades se han recrudecido y los civiles sufren el alcance de los misiles en diferentes zonas del primer país. Contradicción entre la tristeza por aquello que es inevitable y ante la que todos vibramos y nos solidarizamos, mientras que se sigue produciendo una destrucción planificada, no tan lejos, en la que también hay muerte y destrucción, pero cuya etiología hay que buscarla, precisamente, en valores, ideas, sentimientos y creencias humanas. E intereses. Muchos intereses creados.
Por un lado, un desastre natural, ligado a la tectónica de placas y que forma parte de los inevitables procesos de la Naturaleza, connaturales a nuestra vida y necesarios dentro del equilibrio dinámico del planeta. Por otro, tales elementos interesados, visiones encontradas, reivindicaciones territoriales antiguas mal solucionadas y nunca cerradas, incremento de la tensión en la región, implicaciones en clave global del control de la zona y de exhibición de poderío, una huida hacia adelante de un personaje megalómano y... una industria de la guerra que da botes de alegría desde hace meses por los pingües beneficios cosechados. Dos procesos bien distintos, sí, pero mazazos —al fin y al cabo— sobre las personas más vulnerables.
En el primero de los casos, una Humanidad volcada, al menos en un primer momento y a la espera de ver si se concretan en realidades traducidas a fondos y recursos los primeros gestos de solidaridad, lo cual no siempre acontece —y les pongo de ejemplo lo que ocurrió en Haití—. La misma Rusia, e incluso la maltrecha Ucrania, ofreciéndose a apoyar a los damnificados. Cientos de especialistas de todo el mundo, que llegan a la zona en los primeros momentos para ayudar a las tareas de localización de posibles supervivientes, y extracción de los mismos de debajo de los escombros. ¡Bien! Pero, en el segundo de los escenarios, misiles que no dejan de impactar contra objetivos, produciendo idéntico nivel de desastre y destrucción, personas sin agua ni electricidad en el medio del invierno, y mucho daño, que costará revertir. Un mal planificado y bajo estrategia, que se produce por causas evitables, de forma muy diferente al infligido al lugar donde el planeta tembló, del cual no podemos escapar si nos toca. Contradicción entre el deseo de vida, y de que nunca se hubiese producido el traqueteo infernal de los sismógrafos, y la planificación de objetivos, explosiones y desastres, imaginadas y llevadas a cabo por seres humanos. Contrastes.
Sí, contrastes. Los que hoy me turban y que quiero compartir con ustedes. Contrastes entre lo que nos eleva a la cumbre de la empatía y la solidaridad, por un lado, y lo que nos hace descender a lo más profundo del averno del odio y la codicia, por otro. Entre lo que rompe barreras y anima a trabajar codo con codo por un mundo mucho más inclusivo y lo que, en cambio, destruye por doquier, sin reparar en el hecho de que tal forma de abordar el conflicto —la guerra— solamente hace que el mismo sea más grave. Contrastes que, como les digo, parece que sean inherentes al ser humano. Y que, hoy especialmente, se ven claros y nítidos, en medio del humo, del polvo y de las duras condiciones que se dibujan en tres realidades, Turquía, Siria y Ucrania, de las que hoy hemos hablado.
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