Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Un año de sangre, destrucción y muerte

Este artículo está escrito ayer, cuando se cumplió un año de sangre, destrucción y muerte en Ucrania, después de que el país fuese invadido por tropas rusas. Y la cosa va a peor, enquistada, con niveles crecientes de destrucción y violencia. A esta triste realidad dedico hoy estas líneas, que comparto con ustedes.

Mucho más allá de lo que se nos cuenta cada día en los informativos, desconozco gran parte de los hilos que mueven lo más profundo de este monumental lío que se ha formado desde entonces. Pero lo que es evidente es que, trascendiendo al propio escenario de guerra y a los actores implicados en una primera aproximación, lo que se dirime en este caso es lo que podría ser llamado, quizá de forma un poco grandilocuente, el nuevo orden mundial. Que los conflictos tengan derivadas de orden superior, de escala planetaria, es habitual. Pero que el término global sea tan preeminente resulta llamativo y especialmente inquietante. La especie humana, aunque parezca que los ecos de las explosiones diarias en Ucrania queden demasiado lejos y nos sean ajenos, se está jugando en este momento su futuro.

Y no me entiendan mal. No me refiero únicamente a la posibilidad de que exista o no futuro, so pena de una posible escalada de la violencia y el recurso a armas de gran poder letal y alcance planetario. Me refiero al tipo de futuro venidero en el mapa del poder de dentro de unas décadas, con aspirantes como China y Rusia y un actual titular un tanto decadente, Estados Unidos, que ve cómo cada día pierde puntos respecto a sus rivales. Eso es lo que se juega en Ucrania, y ahí la motivación más profunda del mantenimiento de ese escenario de guerra, cuando se cumple un año ya de la cruenta razzia de Putin y sus secuaces, con una población rusa en general dividida entre la desinformada, la reprimida o la colaboracionista con la causa y los delirios de grandeza de su supremo comandante.

Pero, como en todas las guerras, hay cobayas. Aquellos a quienes les toca ser “carne de cañón”, nunca mejor dicho, representados en la población civil ucraniana, para la que esta epopeya está siendo un verdadero infierno. Y es que cuando te toca la guerra en casa, solamente puedes perder. Y eso es lo que les ocurre a personas como usted y como yo que, por decisiones ajenas, sufren y ven derramar su sangre, a veces hasta el exterminio. ¿De verdad que, en pleno siglo XXI, no hemos aprendido nada?

Los que sí aprenden y ganan —a espuertas— son los grandes beneficiados de toda esta historia, que haberlos “hailos”. Los lobbies armamentísticos y todas las demás variantes de la industria de la guerra, en una variedad impresionante que abarca todos los aspectos relacionados con la vida y actividad de los combatientes, lo cual implica todo tipo de servicios y material. Ellos llevan haciendo su agosto un año ya y, por lo que parece, seguirán haciéndolo todavía una buena temporada. Desde los mercenarios hasta todo tipo de elementos de apoyo, pasando por fabricantes de armas, munición, equipos pesados y equipos personales y colectivos, de naturaleza militar o no, incluyendo compañías financieras y de otros sectores diversos. Un verdadero mundo de empresas que, al calor de los conflictos, engordan sus cuentas de resultados y ven medrar su rentabilidad a velocidades nunca imaginadas. Si no se lo creen, buceen un poco en la información económica, que no es difícil encontrar los vestigios de su buen músculo y momento de forma, a costa de la destrucción individual y colectiva. De la sangre y de la muerte que producen, con pocos escrúpulos ni remordimientos, ni de ellos ni de los que glosan sus virtudes. Ni de los que invierten en tal esfera.

La guerra mata, queridos y queridas, y creo que es un buen momento ya para colegir que la misma debe estar reservada únicamente a situaciones extremas, sin salida bajo ningún punto de vista, como la que alumbró el horror dimanado de la violencia nazi, que no podría haber sido erradicada sin un conflicto bélico de magnitudes mayúsculas. La guerra mata y extermina, y nunca es garante de paz ni catalizador de una mejor convivencia futura. La guerra destruye y nos hace retroceder en términos de civilización y armonía, sacando lo peor de la sociedad, que en tales escenarios rompe todas las normas y todas las éticas, limitándose sus individuos a intentar sobrevivir al precio que sea. Y, para empezar, matando.

Un año ya, y no hay atisbo de solución o de, al menos, una tregua para poder hablar, enmarcar la situación y promover una relativa salida airosa a todas las partes. Mientras, hay quien se frota las manos. No saben reconocer el hambre para mañana, y se quedan con el pan para hoy. Mucho pan y hasta oropel, pero a costa de un nivel de destrucción tan grande que, sin duda, nos pasará a todos factura de mil formas. No tengan ninguna duda de ello, por mucho que nos creamos que esto no va con nosotros. Va con todos y con todas, y es un episodio más de un enorme fracaso colectivo. Sangre, destrucción y muerte que, sin duda, podrían ser evitadas. Pero que no lo son, un año después de haberse agravado el conflicto previo en la zona, adquiriendo la dimensión actual y habiendo escalado en sus consecuencias letales en Ucrania.