Opinión | De un país
Teoría del caos
La política nunca es simple ni estática. Bien al contrario, su atractivo como materia de análisis reside precisamente en la complejidad, en la constante interactuación de sus muchas variables, y en su carácter dinámico a lo largo del tiempo. Todo ello hace de la política una ciencia de improbable predicción. Sirvan estas líneas como advertencia sobre lo nebuloso de casi todo lo que se pueda decir al respecto del proyecto Sumar, de su cabeza impulsora, Yolanda Díaz, y de las consecuencias electorales que se deriven para la izquierda global en cuanto a la participación, o no, de Podemos en dicha plataforma.
El Poder, con mayúscula, fue el elemento aglutinante que en 2020 galvanizó las energías de la coalición electoral Unidas Podemos (UP). Su entrada en el Gobierno del Estado, con una vicepresidencia para Pablo Iglesias y cuatro ministerios más, suponía canalizar y dar visibilidad al caudal de indignación del 15-M, a Izquierda Unida y toda una serie de pequeños partidos territoriales y ecologistas. Un proceso de empoderamiento, de gradualismo político implícito, que muy pronto mostró sus fricciones y deserciones. De la dificultad de la tarea emprendida da buena idea la dimisión de Pablo Iglesias, apenas catorce meses después de su toma de posesión. Un movimiento solo explicable desde las diferencias ideológicas previas y la imposibilidad de mantener, por más tiempo, la coherencia dentro de UP en paralelo a la aceptación del reformismo socialdemócrata liderado por el PSOE, pero no solo del PSOE.
Yolanda Díaz era ya la cuña posibilista en UP. La tradición comunista de negociación, pacto y pequeños avances, llevada con éxito por Díaz, tenía que chocar más pronto que tarde con el objetivo rupturista, “constituyente”, de Iglesias y los suyos. Éste abandona el Gobierno por la incapacidad de compatibilizar su proyecto revolucionario (Podemos) con la alianza reformista entre socialistas y comunistas. De aquellos polvos, estos lodos.
Las trayectorias de Podemos y las de Sumar son divergentes, sus trayectorias se separan. Si Podemos creyera en la vía reformista, Iglesias no habría abandonado el Gobierno, dejado la vicepresidencia segunda y el teórico liderazgo de la coalición en manos de Díaz, su emergente competidora estratégica en UP. El ejercicio del Poder ha dejado de ser, en este momento, un objetivo para Podemos; salvo para combatirlo mientras se mantenga en él y, en el próximo futuro, desde fuera del mismo.
Lo dicho no es sino mi libérrima aplicación, a nuestra política, de la Teoría del caos (1963), desarrollo del matemático Edward Lorenz y cuya consulta, de múltiples utilidades, yo les recomiendo.
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