Opinión

Diseñadora y escritora

Padre sí hay más que uno

En A Coruña, esa ciudad esquinada por la que jamás se pasa, y en la que según el eslogan acuñado por mi abuelo Nadie es forastero, hace menos de cincuenta años comenzó a desarrollarse un milagro económico llamado Zara, o lo que es lo mismo, el principal motor financiero de una urbe de poco más de doscientos cincuenta mil habitantes que, al igual que su dueño, continúa mirando con cierta incredulidad todo lo sucedido desde mil novecientos setenta y cinco hasta hoy.

Y es que al creador principal de ese proyecto no es difícil topárselo paseando por nuestras calles con su rictus de buena persona, su porte discreto, y su imagen de octogenario impecable. Capaz de desarrollar un camino que —como casi todos— empezó por una idea y acabó en otra inimaginable, Amancio Ortega Gaona, más allá de un hombre rico y admirado por lo difícil de lo logrado, es a mi juicio y tal y como se lo hice saber de forma personal, una especie de padre para todos los que lo necesitan o requieren.

El motivo de ir a buscarlo para transmitirle dicha reflexión, nace de una noticia publicada hace varias semanas en la cual se hacía alusión a la financiación por parte de este señor en la construcción de un centro de cuidados paliativos pediátricos en la capital de España. Reconozco que, tal y cómo me confesó el filántropo, yo también desconocía que pudiesen existir lugares donde los pequeños pasasen junto a sus familias la última etapa de sus vidas. Y si esto, a todas luces resulta terrible, las carnes se me abrieron y las lágrimas asomaron a mis ojos cuando leí, además, que allí mismo hay un puñado de apartamentos para la despedida…

No tengo palabras para dar las gracias a esta persona por haber donado máquinas para investigar el cáncer, ni tampoco sé agradecerle que durante la peste surtiese nuestros hospitales de unos equipos EPI que eran prácticamente inexistentes, ni hallo la manera de reconocer como es debido su contribución al terremoto de Turquía, ni a la guerra de Ucrania… pero esto, lo del centro de cuidados paliativos para infantes, me mueve el alma, los dedos me dirigen a escribir y la lengua me obliga a narrar.

Gracias Amancio Ortega por ser el segundo padre de todos —aunque algunos todavía no lo sepan y otros se resistan a admitirlo—; creo que nada es suficiente para agradecer tu ayuda y el mucho dinero que en forma de trabajo y de obras sociales haces circular por todo el mundo… Pero, sobre todo, gracias por utilizar la sonrisa para defenderte de aquellos que quieren infravalorar tus obsequios, por atacarlos con un silencio que dista de la guerra que domina estos tiempos, y por vencer siempre con esa aparente indiferencia de hombre curtido en mil batallas.

No sé qué tienen pensado para regalarte una inmortalidad que, en realidad, ya has logrado por ti mismo al convertirte en leyenda; pero aun así y por si a alguno se le olvida que es de bien nacido ser agradecido, yo por lo menos propongo una calle, una fuente y una plaza… ¡Faltaría más!