Solo será un minuto

El día que Dalí (quizá) se sentó a tu mesa

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Una bullabesa de sabor inolvidable puede cambiar una vida. En el caso de Fernando, el protagonista de esta deliciosa Esperando a Dalí, marca la diferencia entre malvivir entre fogones guisando frustraciones o liberarse sin rendir cuentas a nadie a la hora de crear, innovar, seducir desde la cabina de mando de la cocina. El menú propuesto por David Pujol no puede ser más sencillo y suculento. Mezcla sabores dulces (romances cocinados a juego lento) y amargos (la presencia amenazadora, aunque finalmente ridícula, del guardia civil que representa mirada siniestra del franquismo en sus estertores) con leves toques de lirismo soleado y picantes cucharadas de hostilidad hacia los snobs que se atreven a criticar la obra de Dalí sin tener ni idea de arte o hacia las brutalidades grises contra la disidencia.

Todo ello aderezado con un humor ligero en un cálido viaje en el tiempo para visitar aquella España donde la dictadura hacía la vista gorda con los excesos playeros de turistas y hippies más interesados en hacer el amor al aire libre que provocar la guerra con cuartel. Y, como presencia determinante, la figura mítica de un Salvador Dalí al que vemos siempre en la distancia o de espaldas, una metáfora atinada del poder inspirador del arte como cultivo de admiraciones y vocaciones sin vacaciones.

Esperando a Dalí juega con lo que pudo ser y no fue (la visita ansiada del genio a un restaurante de la Costa Brava que contrata a un verdadero creador gastronómico inspirado en Adriá) y lo hace con una calidez encantadora y una calidad sabrosa fortalecida por el formidable trabajo fotográfico Román Martínez de Bujo y un sólido reparto liderado por un inmenso José García.

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