Parece una tontería

Por episodios

Juan Tallón

Juan Tallón

La vida de un país no se consume de forma muy diferente a como se devora una ficción, por eso a nuestro alrededor casi todo posee estructura episódica. Nos acostumbramos, quizá le cogimos gusto, a vivir por capítulos. Cada jornada hay una ración de algo, que produce efecto de ligera satisfacción, aunque no lo bastante: nos quedamos necesitados de continuación; mañana, por lo tanto, más. No queremos que las historias se acaben. Todos los finales tienen algo de tristes, aunque sean felices.

Los episodios prolongan indefinidamente las historias de las que estamos pendientes. Existe cierta adicción a la continuación. Es lo que le pedimos a lo que se interrumpió ayer, que se prolongue hoy. De esa manera se va afianzando un estilo de vida que no lleva a nada concluyente, o lleva a más ficción. En general, la existencia se hace más llevadera si la dividimos en partes. Entera nos parece inalcanzable, capaz de hundirnos con ella si intentamos abarcarla. Pero fragmentada, como una serie, la cosa cambia.

Me pregunto si no sería liberador que cada pocos días todo se acabase, incluso se fuese al garete, y su lugar lo ocupase algo absolutamente distinto

Todo parece dar la sensación de estar por la mitad, de no encontrar un final, y, sobre todo, de no querer encontrarlo enseguida, para no tener así que afrontar la angustia del momento en que uno se cruza de brazos y se dice: “¿Y ahora qué?”. Así que siempre hay un episodio más, un giro, una prolongación, siguiendo hasta cierto punto la estrategia de las telenovelas, pensando que se puede encarar el infinito sin miedo a la derrota.

Me pregunto, sin embargo, si no sería liberador que cada pocos días todo se acabase, incluso se fuese al garete, y su lugar lo ocupase algo absolutamente distinto. Una historia que se alarga, y se vuelve culebrón, es una condena, como cuando Harold Brodkey, un autor que disfrutaba escribiendo sin un plan previo, se decidió a probar con una novela policial. Pero algo falló, porque después de escribir 600 páginas aún no había muerto nadie. Es bueno que haya finales, y que lleguen pronto, de esa manera nos ponemos con lo más bonito de esta vida: empezar.

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