aRTÍCULOS DE BROMA

Zapatero siente el cariño

Javier Cuervo

Javier Cuervo

Para que los suyos le digan que lo quieren José Luis Rodríguez Zapatero ha tenido que esperar 12 años y hacer una campaña electoral desesperada en favor de otro. Como lo recuerdo, Zapatero fue el primer presidente socialista odiado por el PP. Le odiaron hasta las cejas. A Felipe González lo envidiaban, esa forma de admiración inversa, pero la inquina inclemente contra Zapatero tenía mucho desprecio.

Como luego hizo Pedro Sánchez, Zapatero fue un ganador inesperado al que la derecha percibió como un carterista. Llegó a la Moncloa por el reprís de la reacción electoral a la gran mentira extendida sobre la desolación del 11-M, el mayor atentado terrorista de la historia de España. José María Aznar mintió personalmente a los principales directores de diarios españoles asegurando que la matanza yihadista era un atentado de ETA. A Aznar aquello le jodió el resopón de la boda de El Escorial, pero una parte del periodismo de derechas le premió la confianza de mentirle alimentando una teoría de la conspiración en la que tenían más que ver en la masacre Pérez Rubalcaba y la Orquesta Mondragón que la guerra de Irak. Zapatero tiene en su hoja de servicios el final de ETA, aunque sigue existiendo en el aznareño PP de Madrid.

La “guerra cultural” que engorda a Vox viene de Zapatero, quien abrió las puertas al feminismo socialista, extendió la alfombra roja del armario al juzgado legalizando el matrimonio homosexual y desenterró de la cuneta la memoria histórica que repara a los nietos de las víctimas y arranca las medallas de la pechera de los nietos de los vencedores. La guerra cultural hunde su raíz en la guerra civil.

Zapatero se fue grogui por una crisis mundial sin provocar nostalgia alguna en el partido. En estos años nunca ejerció de jarrón chino, a diferencia de Felipe González, un gato persa que enterró el felipismo en la tumba de Alfredo Pérez Rubalcaba y con Sánchez guarda un estruendoso silencio que contrasta con el discurso algo marciano de Zapatero, quizá afectado por la desinhibición de la edad o por el afán de superar la sosería.

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