Emanciparse es un derecho

Carol Álvarez

El IPC nos arroja un mes más como un guantazo las subidas de precio de alimentos esenciales y también de productos más prescindibles en teoría, como son los paquetes vacacionales, pero que son a su manera alimento para el bienestar emocional y la conciliación familiar en esta sociedad ajetreada. El indicador tiene una exactitud que asusta cuando marca el incremento de precio de la fruta fresca, un 8,8 por ciento en un mes. Hay otros indicadores que compiten por nuestra atención aunque según la edad que tengas te tocan más o menos de cerca. ¿A qué edad te independizaste?. Que el último indicador señale que en España uno ya no puede emanciparse hasta los 30,3 años de vida, según la tasa que ha calculado el Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España, no es un dato a pasar por alto. Es otra de esas excepciones ibéricas que nos retratan ante los países vecinos, ante las tendencias de vida globales en un mundo que se rige cada vez más por principios similares. Toda cifra esconde una realidad, y esta apunta a una juventud empobrecida ante los costes altos sobre todo de acceso a una vivienda. De la vida en familia pasan sin solución de continuidad y cada vez más tarde a la vida compartida con amigos o desconocidos, y luego la pareja o una nueva familia que quizá se rompa, en una cadencia vital que gira siempre en torno a la complejidad de conservar un techo sobre la cabeza. Derechos que damos por sentados, que no nos hemos inventado, sino que protegen leyes, se convierten en objetivos aspiracionales cuando no quimeras.

El precio de vivir solo es otro ejemplo, aunque no tan fácil de tasar. Vayamos a los datos: en Barcelona, desde 2011, la mayor parte de viviendas están ocupadas por una sola persona. Un 32% de los domicilios, exactamente 213.839 personas, viven solas en sus pisos, según el último padrón. Son una estadística cimentada en personas de edad avanzada, que ya han recorrido muchos pasos del vía crucis por la emancipación, también jóvenes con salarios fuertes. Vivir solo se ha convertido por lo demás en un estatus carísimo de mantener, y no hay tasa que recoja las infinitas variantes que inciden en esa forma de vida legítima pero cada vez más inalcanzable, con un consumo orientado a gastos ideados para que sustenten dos salarios decentes y que centra las políticas de ahorro en packs de comida de tamaño familiar.

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