En el tiempo sin relojes

Periodista

Tomo prestado el título de un hermoso poema de Juana de Ibarbourou (1895-1979) poetisa uruguaya, para contar como hermoso nuestro reencuentro en este tiempo de estío. Mi cita no estaba prevista, fua casual, al albur de una nota dispersa, como abandonada en un rincón antiguo de ese baúl mundo que supone el ordenador. La suerte meiga nos topó y en un verso de agua precipitada sentí ese sutil, casi imperceptible, hilo azul y blanco, que une a todos los gallegos, de todos los lugares, de cualquier generación, en un encaje de sentimientos, de pálpitos, de emociones idénticas, que emanan de la Madre Naturaleza.

Di con el hilo y encontré la cometa, el vínculo, para mí hasta entonces desconocido, que une a la literata con Galicia: “nació el 8 de marzo de 1892, aunque ella proclamaba haber nacido en 1895. Su nombre era Juana Fernández Morales, pero se hizo conocida como Juana de Ibarbourou, tomando el apellido de su marido, el capitán Lucas Ibarbourou, con quien se casó a los veinte años. Su padre, Vicente Fernández, español de Galicia, muiñeiro de Lourenzá, Lugo, acabaría por dedicarse en Uruguay a la cría de gallos de riña —de pelea— y a la jardinería”.

Un verso inserto en un bello poema fue suficiente para despertar la curiosidad: “Llueve, llueve, llueve”. Después supe que ya otros lo sabían, pero por un instante creí atrapar con asombro la novedad, de algo que ya tenía apuntado, a la vez que carcomido, en la frágil memoria.

Juana nunca llegó a estar en Galicia, como tantos hijos de emigrantes, pero ella, que mereció honores de Estado en su entierro, que fue grande como mujer, como feminista, como literata, llevó a Terra, Nai e Señora, siempre en el corazón. Escribió estos versos: “Galicia, patria de mi padre, luminosa y grande,/ ¡Qué profundamente te quiero también! / Me crié soñando con tu maravilla,/ No quiero morirme sin verte una vez./ Cuando a ti yo llegue, has de conocerme/ Por el gozo trémulo, por la palidez,/ Por la emoción honda de risa y de llanto,/ Por el verso puro que te llevaré./ Con el niño mío, que también te ama, /¡Oh Galicia mía, hemos de traer,/ A la tierra india que amparó a mi padre/ Algo de tu hechizo y tu placidez”. Al ingresar en la Academia de las Letras Uruguayas, dijo “nunca conocí fiesta mayor que cuando mi padre recitaba, bajo el rico dosel del emparrado, versos de Rosalía. De ahí mi vocación”.

En el tiempo sin relojes, en ese espacio preciso en el que el ocio nos permite relajarnos de tantos asedios incontrolables, es bueno leer y releer, reflexionar y encontrarse con agradables sorpresas como la que supone la que llegó a merecer el título de Juana de América, un título que le entregaron un 10 de agosto de 1929, hace casi cien años, sus admirados compañeros.

Ahora cuando uno alcanza reencuentros afortunados con lecturas atrasadas, viejos apuntes que reemplazan a la carcomida memoria, y se recrea en la reflexión que supone cada año el reencuentro con la Galicia residente en el exterior, con esos emigrantes de cuartas y quintas generaciones que logran mantener un vínculo fraternal ca Terra, Nai e Señora, uno se alegra sobremanera de haber conocido a personas fruto de esa emigración como Nélida Piñón, primera mujer en presidir una Academia de Letras en el Mundo, y también de poder tejer con esa urdimbre de azules y blancos hilos, y con las palabras, un pequeño homenaje a las mujeres, a los emigrantes, a los literatos y a cuantos aman esta hermosa tierra que ha dado en llamarse Galicia.

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